LA NUESTRA

La cruz, Pili

El asunto viene a ser, más o menos, el mismo que el del sábado pasado.

Desde los años ochenta, la pérdida de la fe en el progreso ilimitado de las sociedades occidentales y en el modelo de salto revolucionario de los países del este europeo trajo, entre otras muchas cosas, la restauración de un tipo de pensamiento irracional que no se sentía obligado a contrastar sus afirmaciones con las de la ciencia y que sustituía las abominables creencias del pasado (a las que se hacía culpables de todo, si bien con una presunción de inocencia en favor de la tradición liberal), por una recuperación ...

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El asunto viene a ser, más o menos, el mismo que el del sábado pasado.

Desde los años ochenta, la pérdida de la fe en el progreso ilimitado de las sociedades occidentales y en el modelo de salto revolucionario de los países del este europeo trajo, entre otras muchas cosas, la restauración de un tipo de pensamiento irracional que no se sentía obligado a contrastar sus afirmaciones con las de la ciencia y que sustituía las abominables creencias del pasado (a las que se hacía culpables de todo, si bien con una presunción de inocencia en favor de la tradición liberal), por una recuperación del mundo que todo el pensamiento moderno, desde Montaigne hasta la Ilustración, había conseguido arrumbar. Así, la explicación del mundo real empezó a desprenderse de la elemental exigencia del rigor científico para pasar a depender de las elucubraciones de los astrólogos, las aproximaciones visionarias de descabellados expertos en un mundo paranormal y la remisión a realidades de ultratumba de la razón última de los inevitables malestares de la vida.

Fue, en realidad, una verdadera restauración de la humillante afirmación de la superioridad del pensamiento religioso y mágico sobre las conquistas de la razón. Y como sin confesionario no hay fe, en los quioscos de prensa empezaron a aparecer fascículos y revistas sobre el Otro Mundo. El negocio no ha hecho más que prosperar, tanto que ahora lo paranormal es lo habitual y hasta el mismo relato de los hechos históricos resulta tan aleatorio como la disposición de los posos del café en el fondo de una tacita.

Canal Sur ha tardado, pero ya tiene un programa, Tierra de nadie, dedicado a la propagación de esta manera de vivir entre los vivos y los muertos, esta necesidad de sentir escalofríos trucados y volver a arrimarse a las estampas y a las criptas. Empecé a ver el programa de estreno. Lo presenta Anthony Blake (apuesta fuerte), que arrancó con un asunto ocurrido en la provincia de Granada y que, según me cuentan, ya había sido tratado hace un año en algún programa de radio. La cuestión es que una mujer oye una voz que le dice: "La cruz, Pili". En auxilio del presentador acuden dos expertos (vestidos con una camiseta negra que lleva estampado el logotipo del programa) que avanzan la hipótesis de que puede que la tal Pili no cumpliera, a la hora de enterrar a su madre, con el rito de desprender del ataúd el crucifijo que éste suele llevar encima. Me cuentan que, en la versión radiofónica del mismo suceso, la voz se oía en el móvil de una hermana de Pili, la cual, del puro susto de recibir por el teléfono una llamada de ultratumba, le pasaba el aparato a su hermana diciendo: "es mamá". Canal Sur dejó claro que la base real del asunto era que Pili no había quitado el crucifijo del ataúd de su madre. Siguieron hablando del resto del asunto, pero a mí no me quedaban fuerzas para seguirlos.

Los que mandan en Canal Sur tienen que explicarnos a qué modernización -¿la cuarta? ¿la quinta?- hay que atribuir este indudable progreso en la vertebración mágica de Andalucía, porque esto sí que es una cruz.

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