Columna

Pásalo

Estamos en uno de esos momentos estériles de espera de los aeropuertos que están consiguiendo que ejercitemos nuestro músculo de la paciencia. Llega una familia y ocupa seis asientos. Sólo son cuatro, los padres y dos criaturas de tres años. Parecen 27. Son de ese tipo de padres que cuando viajan con niños montan un campamento: bollos, chucherías, carritos, muñecos y algo que se suma a la exhibición habitual: ordenadores para los gemelos. Los padres sacan de la bolsa unos alargadores y los enchufan para que los niños no desconecten de su mundo virtual cotidiano. Lo más sorprendente llega cuand...

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Estamos en uno de esos momentos estériles de espera de los aeropuertos que están consiguiendo que ejercitemos nuestro músculo de la paciencia. Llega una familia y ocupa seis asientos. Sólo son cuatro, los padres y dos criaturas de tres años. Parecen 27. Son de ese tipo de padres que cuando viajan con niños montan un campamento: bollos, chucherías, carritos, muñecos y algo que se suma a la exhibición habitual: ordenadores para los gemelos. Los padres sacan de la bolsa unos alargadores y los enchufan para que los niños no desconecten de su mundo virtual cotidiano. Lo más sorprendente llega cuando la madre palpa el trasero de los niños, el típico gesto que se hace con los bebés para comprobar si están mojados. Sin mediar palabra, retira a la niña de la pantalla, la tumba en el suelo, y delante de todo el mundo cambia a la criatura que, por lo que vemos, se ha hecho caca. Vuelve a colocar a la niña delante del universo virtual y se marcha paquete en mano buscando una papelera. El orden de prioridades de esos padres en el proceso educativo de sus hijos es para mí tan misterioso como el funcionamiento de un acelerador de partículas. Cómo esos niños adiestrados en el manejo de la informática no saben sin embargo todavía controlar sus esfínteres. Sin duda parece una consecuencia inmediata de unos padres que no consideran que la ocupación abusiva del espacio es maleducada y que a cierta edad hay que activar en los niños mecanismos de autocontrol y pudor. La escena ocurre (milagrosa coincidencia) mientras leo un libro pequeño pero intenso, Bien educados, de Salvador Cardús, una reflexión brillante sobre la necesidad de adiestrar al hijo o al discípulo en las convenciones y las formas para que sea un individuo capaz de convivir. El libro, escrito con claridad machadiana, debería estar en la mesilla de noche de padres y profesores, no digamos de pedagogos. Ninguna persona honrada puede ya afirmar que la palabra "disciplina" sólo puede encontrarse en un discurso reaccionario. La crítica a la pedagogía basada en la espontaneidad y la motivación es demoledora. El libro te empuja (con buenas maneras) a la reflexión. Pero no es el libro de las lamentaciones, no tema. Encierra enseñanzas constructivas. Léalo. Páselo.

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