Columna

¡Viva!

Por tantas veces que he pasado miedo sin atreverme a pedirle al conductor que fuera más despacio; por el poco prestigio que tiene ir despacio y respetar los límites de velocidad; por la sensación de que los coches son como toros arañando con las patas el asfalto y dispuestos a lanzarse sobre ti si no llegas a la otra orilla a tiempo; por la de veces que los peatones tienen que regresar a la acera porque hay conductores para los que los pasos de cebra no significan nada; por tantas ocasiones en las que he visto cómo un conductor joven y agresivo le tocaba el claxon a un viejo conductor más lent...

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Por tantas veces que he pasado miedo sin atreverme a pedirle al conductor que fuera más despacio; por el poco prestigio que tiene ir despacio y respetar los límites de velocidad; por la sensación de que los coches son como toros arañando con las patas el asfalto y dispuestos a lanzarse sobre ti si no llegas a la otra orilla a tiempo; por la de veces que los peatones tienen que regresar a la acera porque hay conductores para los que los pasos de cebra no significan nada; por tantas ocasiones en las que he visto cómo un conductor joven y agresivo le tocaba el claxon a un viejo conductor más lento y le mandaba al asilo; por los incontables momentos en que sonó el célebre grito "¡a fregar!"; por esos perturbados que salen furiosos del coche dispuestos a matar a alguien; por todos aquellos que mataron a alguien y pudieron seguir conduciendo; por el tío que hacía sonar el claxon en plena noche porque un coche en doble fila no le dejaba salir; por el otro, que llegaba como si nada y para sorpresa de los que observábamos desde el balcón no se recriminaban nada entre ellos, muy al contrario, se comprendían, y a los vecinos que les dieran por saco; por esa afición al pito (con perdón) que tienen los conductores españoles; por la libertad que tienen para tocarlo cuando les sale del pito; por todos los bebés a los que resulta imposible pasear por el centro de muchas ciudades españolas, que están al servicio de los coches; por esas aceras ridículas que obligan a los peatones a ir pegados a la pared como el hombre araña; por todas las personas discapacitadas, por todos los ancianos que muchos conductores eliminarían del paisaje urbano con tal de que su circuito no se vea entorpecido; por ese chulo que presume de sus tiempos récord de una ciudad a otra; por esos padres de familia descerebrados a los que ves jugar a las carreras con los niños dentro; por los que se ponen ciegos y ciegos van al volante; por todos aquellos que se aprovecharon de nosotros, pobres peatones, que no tenemos más que piernas para correr y brazos para protegernos el rostro: ¡Viva el carnet por puntos!

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