Tribuna:PATADAS A LA LUNA | Alemania 2006 | España-Francia

Para nadar entre cocodrilos

Hoy, que ya es ayer, me desperté moderadamente deprimido. Pero ahora, que ya es mañana, voy a peor. Ni siquiera mi proverbial café con croissant consigue enderezarme el ánimo. Experimento un insidioso hastío. Los síntomas son inequívocos. Se trata de un tóxico ataque de mundialitis aguda. A pesar de haber tomado precauciones, como la de quitar el sonido durante determinada retransmisión televisiva, mi libre albedrío se ha visto seriamente afectado y mi sentido de la realidad también. Cuando voy por la calle, una voz me persigue narrando a gritos mis pasos y los de los transeúntes con lo...

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Hoy, que ya es ayer, me desperté moderadamente deprimido. Pero ahora, que ya es mañana, voy a peor. Ni siquiera mi proverbial café con croissant consigue enderezarme el ánimo. Experimento un insidioso hastío. Los síntomas son inequívocos. Se trata de un tóxico ataque de mundialitis aguda. A pesar de haber tomado precauciones, como la de quitar el sonido durante determinada retransmisión televisiva, mi libre albedrío se ha visto seriamente afectado y mi sentido de la realidad también. Cuando voy por la calle, una voz me persigue narrando a gritos mis pasos y los de los transeúntes con los que me cruzo. El más anodino de los gestos es comentado de forma acuciante, como si algo extraordinario fuera a suceder a la vuelta de cada esquina. La voz jalea, increpa, se desgañita. Creo estar en el Congreso de los Diputados, donde el ladrido suple a menudo a la palabra y la obscena risotada a la reflexión. El exasperante ¡a por ellos, oé, oé! me hace sospechar que ellos soy yo. Y el pueril ¡tiqui-taca, tiqui-taca!, obtusamente reiterado, desbarata los cuatro puntos cardinales de mis cinco sentidos y me agota, me satura, me aniquila y deprime. ¡Cuánta grosería! ¡Cuánta zafiedad! Hasta los estadios repletos de humanidad hacinada acabarán despertando en mí nauseabundas reminiscencias. Y la grotesca parodia de ancestrales guerras, esos rostros pintarrajeados, esos cánticos y banderas, dejan de ser un exponente de convivencia para cobrar un sesgo amenazador. Personalmente, no soporto comprobar, por enésima vez, una evidencia: la horterada se erige, en nuestros días, en un valor universal. Y, ya que no consigo compartir la bullanguera alegría del entorno, intento concentrarme en lo que pasa estrictamente en el terreno de juego, aunque la pantalla sólo nos muestre la parcela donde se desarrolla la jugada y algún que otro escupitajo en primer plano. Entonces, y sólo entonces, la jugada (y no el escupitajo) me devuelve (a ratos) la autoestima perdida en aras de un prójimo mediático, denominado así por sus altas audiencias y bajas expresiones. Prójimo al que debiera amar como a mí mismo, pero no lo consigo. Predicciones desafortunadas, y jamás verificadas, como la de "te vas a llevar un saco de goles", dedicada en titulares al guardameta saudí antes de su enfrentamiento con el equipo español, no se corresponden con la discreción y elegancia de las declaraciones y el comportamiento de los jugadores de nuestra selección. Los que, años atrás, hemos aprendido a saber perder debemos ahora saber ganar. Tanto dentro como fuera del campo.

Tras esta pataleta admonitoria, me siento mejor. Estamos viendo buenos partidos, buenas jugadas, buenos goles, buenas patadas, buenos jugadores y árbitros fluctuantes. Si pensamos y jugamos rápido (y al espacio), sobreviviremos a Francia. A partir de ese momento, resultará útil aplicar el consejo de Tertuliano: para nadar entre cocodrilos es conveniente frotarse el cuerpo con grasa de cocodrilo.

Gonzalo Suárez, escritor y cineasta, recupera el seudónimo de Martín Girard, con el que firmó como periodista en los sesenta.

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