Reportaje:Alemania 2006 | A un día del España-Francia

Cara Cortada conquista Francia

Los hinchas se vuelcan con Ribéry, en quien ven una reencarnación juvenil de Zidane

A los franceses les gusta Frank Ribéry porque tiene 23 años en un grupo que ronda los 30 de media y porque creen, con cierta ingenuidad, que se parece a Zidane. Son miles y le gritan, le suplican que se acerque a la grada. Y ahí se queda, firmando autógrafos casi una hora. Ya ha acabado el entrenamiento, que ha consistido, sobre todo, en darle a una pelota de tenis con los pies. A Raymond Doménech, el seleccionador, le gusta un poco menos. Principalmente, para los segundos tiempos por su capacidad para hacer la revolución sin más ayuda que la pelota. Y a Henry, que ha dicho en un tono equívoco...

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A los franceses les gusta Frank Ribéry porque tiene 23 años en un grupo que ronda los 30 de media y porque creen, con cierta ingenuidad, que se parece a Zidane. Son miles y le gritan, le suplican que se acerque a la grada. Y ahí se queda, firmando autógrafos casi una hora. Ya ha acabado el entrenamiento, que ha consistido, sobre todo, en darle a una pelota de tenis con los pies. A Raymond Doménech, el seleccionador, le gusta un poco menos. Principalmente, para los segundos tiempos por su capacidad para hacer la revolución sin más ayuda que la pelota. Y a Henry, que ha dicho en un tono equívoco que le llama la atención lo mucho que le aprecia la gente, le pone muy nervioso. Le molesta que falle tantas ocasiones y que no centre el balón. Un mal enemigo en un equipo en el que cada decisión es un complejo proceso que pasa por varios filtros en el vestuario.

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A Ribéry, la opinión de Henry, la de Doménech, e, incluso, la de los aficionados, no le importa demasiado. Una cicatriz le cruza la cara de parte a parte, desde la frente a la barbilla. Cuando tenía dos años salió despedido por la luna delantera del coche de su padre, atravesando el cristal. Los médicos le recompusieron el rostro. Pero no mucho. Las marcas le dibujan un enrevesado circuito por toda la cara. Por eso, le llaman Scarface (Cara Cortada). Como al gánster.

Nació en un suburbio portuario de Boulogne Sur Mer, cerca del paso de Calais y, desde niño, ha demostrado una gran constancia a la hora de meterse en líos. Cuando tenía 16 años le expulsaron de la escuela de fútbol del Lille. No sólo por pendenciero. También por vago. Fue dando tumbos de un club menor a otro, hasta que firmó por el Metz en 2004. Sólo estuvo una temporada. Ribéry, al parecer, no es que tuviese una afición nocturna por los bares de copas, sino que frecuentaba los tugurios más oscuros y sospechosos de cada lugar. Sitios, en los que además de beber, se metía en todas las peleas.

El Galatasaray se empeñó en ficharle y desembolsó cinco millones de euros. Viajó a Estambul y allí permaneció seis meses. No le pagaban. Regresó, esta vez a Marsella, a cambio de siete millones. "He madurado, estoy más centrado", comenta el futbolista. Una nueva actitud vital acompañada de una conversión al Islam.

La nueva actitud de Ribéry se trasluce en sus delicadas palabras hacia Zidane: "Estoy muy lejos de él, que ha dado tanto y tan bueno a Francia". Henry, a pesar de reprocharle su individualismo, también es capaz de elogiarlo: "Nunca he visto a nadie acelerar tan brutalmente". Ribéry, se supone, es delantero. Pero no es especialmente goleador y su aportación es más propia de un segunda punta. "Cuando le sueltas la correa es peligroso", comenta Makelele, que le compara con un perro desbocado.

Doménech nunca le había convocado hasta que dio la lista definitiva de los 23 mundialistas. Su temporada en Marsella, una ciudad portuaria y mestiza, ha disparado su popularidad. El Lyon ya ha hecho público su deseo de ficharle. Y la afición francesa, el de adoptarlo. Aunque su carácter y el de Zidane no tengan nada que ver.

Zidane, junto a Ribéry.ASSOCIATED PRESS

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