Análisis:Fútbol | 31ª jornada de Liga

El mundo al revés

Misterioso fútbol, que confunde al Barça en la mejor situación posible y saca las cualidades menos previstas en el Madrid. Si por algo se caracteriza el Barça es por convertir el campo en un infierno para sus adversarios. Estira el campo como nadie, a lo ancho y a lo largo, con tres delanteros, dos extremos y mucho pase. El resto corre a cargo de la clase de sus estrellas, ahora mismo en la cima de su carrera. Si esto suele ocurrir frente a once, el infierno debería multiplicarse frente a diez, con un resultado ventajoso y ante un rival que declinante. Pues, no. El Barça decepcionó porque se o...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Misterioso fútbol, que confunde al Barça en la mejor situación posible y saca las cualidades menos previstas en el Madrid. Si por algo se caracteriza el Barça es por convertir el campo en un infierno para sus adversarios. Estira el campo como nadie, a lo ancho y a lo largo, con tres delanteros, dos extremos y mucho pase. El resto corre a cargo de la clase de sus estrellas, ahora mismo en la cima de su carrera. Si esto suele ocurrir frente a once, el infierno debería multiplicarse frente a diez, con un resultado ventajoso y ante un rival que declinante. Pues, no. El Barça decepcionó porque se olvidó de lo que mejor hace. Recortó el campo, aplicó la ley del embudo y se estrelló frente a la defensa del Madrid, capitaneada por el excepcional Casillas.

Si algo no ha distinguido al Madrid es su capacidad de resistencia, el sufrimiento ante la adversidad, el coraje para atravesar las dificultades en los partidos más exigentes, al menos en los últimos años. Y no digamos en el Camp Nou, escenario de constantes desastres. Muy pronto todo apuntó a una nueva catástrofe. Se encontró con todas las desventajas de golpes: una incomprensible decisión del árbitro, que convirtió en penalti el piscinazo de Van Bommel, un gol de desventaja y la expulsión de Roberto Carlos, el único que superó la incompetencia del juez. Roberto Carlos se temió la tragedia de costumbre y se borró del encuentro con dos tarjetas: típica noche del lateral brasileño en el Camp Nou.

Antes de la crisis que dio un giro absoluto al encuentro, el Barça había sido el Barça y el Madrid amenazaba con ser el Madrid, un equipo apocado, apenas sostenido por el descaro de Cicinho y los pases de Guti. Quizá porque comprendió que sólo le quedaba un estricto ejercicio defensivo, quizá porque asumió con satisfacción una condición que le evitaba medirse con el Barça en un duelo de ida y vuelta, el Madrid se sintió mejor con diez jugadores. Hasta entonces, no hubo ninguna noticia de Robinho, ni de Roberto Carlos, ni de Beckham, ni de Zidane, que jugaba con una pesadumbre infinita. La inferioridad le vino de perlas a un equipo que se sentía inferior. Aceptó su papel y se comportó con el coraje que le ha faltado en tantas noches decisivas. Al frente, los más jóvenes. Cicinho confirmó el extravío de López Caro en Highbury, donde no jugó el brasileño por razones inexplicables, y Sergio Ramos funcionó con energía y más eficacia que en los últimos encuentros. Más notable fue el rendimiento de Mejía y Raúl Bravo, impecables en el Camp Nou. Eso no fue suficiente para impedir una noche heroica de Casillas, especialmente en el mano a mano con Larsson. La acción sirvió para medir a dos porteros. Casillas aguantó y se impuso al delantero del Barça. Valdés no hizo lo mismo con Ronaldo. Se acostó ante un delantero que no desaprovecha este tipo de concesiones. Son los pequeños detalles que tantas veces deciden los resultados en el fútbol.

Al Madrid le ayudó el terco ataque del Barça. Tuvo sus ocasiones, por supuesto, y sólo se sintió amenazado en dos oportunidades. Una fue el gol de Ronaldo y otra un acrobático remate de Baptista. El Madrid no estaba para atacar, pero el Barcelona sí. Lo hizo mal. Primero dio por ganado el encuentro. Se relajó con todos los elementos a favor y perdió pie. Luego se equivocó en lo único que ninguna defensa se puede equivocar con Ronaldo: un mal marcaje -el de Motta-, una mala lectura defensiva -la de Puyol- que deshizo el fuera de juego. Dar metros a Ronaldo todavía es un suicidio. Valdés añadió el error final.

Al Barça le faltó inteligencia y pasión. Desaprovechó una hora de partido. Trató de embocar todas las jugadas por el centro de la defensa del Madrid, justo cuando el manual pedía lo contrario. Había que estirar el ancho del campo, cosa que el Barça debe saber mejor que nadie. Lo hace siempre y se le olvidó frente al Madrid. Eto'o no se impuso en la izquierda, Van Bronckhorst no llegó nunca por su costado, Larsson fue inoperante en la derecha y a Ronaldinho le salió una vena demasiado barroca. A Deco le ocurrió lo mismo. Dos fabulosos jugadores que perdieron de vista las prioridades en favor de lo trivial. Fue una aviso de lo que puede suceder frente al Benfica si se empeñan en los mismos defectos.

El Madrid salió con el ánimo fortalecido. Regresó la alineación que mejor ha funcionado con López Caro y, al menos, el equipo resistió. Piernas jóvenes para un partido de combate. Funcionaron mejor los nuevos que los viejos, lo que sirve como anuncio para navegantes. Zidane y Beckham tuvieron un papel tan complementario que nadie reparó en ellos. Tampoco Ronaldo no firmó el partido de su vida. Tampoco podía hacerlo: estaba solo frente al mundo. Pero es Ronaldo y se las apañó para aprovechar la única ocasión que tuvo. Es la garantía de gol en el Madrid. López Caro lo ha entendido mal y tarde. Como tantas otras cosas.

Archivado En