Columna

A cara de hombre

El panorama del delito se sitúa esta vez en el escenario madrileño del paraje de las fuentes, en Campo Real. Una vecina había dado aviso a los voluntarios de El Refugio, una organización que defiende a los animales desde nuestra sierra, y éstos acudieron al paraje con la Guardia Civil sabiendo lo que iban a encontrarse. Y lo que se encontraron allí no era nuevo: una perra con una cuerda atada al cuello y la lengua fuera, a la que no le faltaban indicios de haber sido ahorcada. A pocos metros, cinco cráneos y huesos de perros, galgos en apariencia; un poco más allá, un galgo blanco y otro negro...

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El panorama del delito se sitúa esta vez en el escenario madrileño del paraje de las fuentes, en Campo Real. Una vecina había dado aviso a los voluntarios de El Refugio, una organización que defiende a los animales desde nuestra sierra, y éstos acudieron al paraje con la Guardia Civil sabiendo lo que iban a encontrarse. Y lo que se encontraron allí no era nuevo: una perra con una cuerda atada al cuello y la lengua fuera, a la que no le faltaban indicios de haber sido ahorcada. A pocos metros, cinco cráneos y huesos de perros, galgos en apariencia; un poco más allá, un galgo blanco y otro negro, muertos. Por supuesto, los animales carecían de identificación, con lo que era fácil deducir que el control por parte de la Comunidad madrileña no es precisamente modélico. Pero, seguramente, a la hora del reclamo de protección para estos animales habrá nobles defensores de distintas causas que preferirán que si de protección se trata se establezcan otras prioridades en el gasto público, que es lo que hacen con habilidad los despreocupados con nuestra falta de civilidad a la hora de eludirla, mezclando churras con merinas. Sin embargo, como la preocupación de uno por estos seres vivos no es un mero resultado de los efluvios blandengues de la primavera, les invitaría a reflexionar sobre hasta qué punto la defensa de estos perros de la persecución de los crueles forma parte de nuestra propia protección ante quienes ejercen con cobardía su vileza en seres indefensos porque tal vez les resulta algo más dificultoso ejercerla con individuos de su especie. Estos crímenes son, además, clases prácticas para individuos que empiezan matando perros y acaban asesinando mendigos en los cajeros. Y si a esos puntillosos estas reflexiones simples les resultaran exageradas les agradecería que redujeran la desmesura, y acaso mi ingenuidad, tratando de explicarme el placer que en la agonía de un animal ahorcado encuentran estas bestias.

Pero para volver a la pasividad en este asunto de quienes gobiernan pondré un ejemplo. Si un alemán, por mencionar a una ciudadanía por lo general más sensible a la relación con los animales, hiciera una consulta en Internet sobre nuestras normas de convivencia con ellos podría hallar una variada panoplia de disposiciones y un conjunto de secciones autonómicas o direcciones generales dedicadas a evitar con todo celo el maltrato, a pesar de la histórica y acreditada crueldad de los españoles con los animales. Lo que quizá siga ignorando el consultor alemán es lo fácil que resulta legislar, incluso crear una oficina para el asunto, dar empleo a unos cuantos funcionarios y otorgar cargo o cargos a una o varias personas de confianza, y lo difícil que es dotar de medios a esa oficina y a esos cargos para que si quieren ser eficaces puedan serlo.

En casos como el de este delito madrileño no cuesta poner en duda la eficacia, naturalmente. Tampoco la sensibilidad de una administración que pone en riesgo con sus obras públicas especies en extinción como el águila imperial o el topillo de Cabrera, de acuerdo con la advertencia que acaba de hacerle a la presidenta un colectivo de científicos. Pero la perrería de Campo Real no es un caso aislado ni exclusivo de Madrid, con lo que el consultor alemán de Internet, amigo de los galgos, fieles animales y buenos servidores de señoritos de la caza, que son sometidos aquí al castigo de muerte como premio a sus servicios, podrá comprobar el duro destino que a estos animales les espera en nuestra Comunidad, como señalan los voluntarios de El Refugio, y el tipo de civismo que caracteriza a algunos españoles. Pero, de paso, podrá hacerse una idea de la hipocresía que encierran algunas normas dictadas para que creamos que se protege realmente lo que no se protege. Así que, ante esta simulación, ya que la primavera nos trajo un día mundial de la Poesía la semana pasada, y con él la visita de Soyinka, vamos a agradecerle a estos perros que sus muertes al menos propicien el recordatorio de las palabras que el gran poeta pronunció en Asturias: "Los poetas debemos rescatar el lenguaje del ultraje de los políticos, para ellos es como un abuso de menores, necesitan violarlo para destruir la realidad y crear la que les conviene". Y parece mentira que, además, la violación de las palabras entre nosotros nos lleve a negarle al perro la cara del ángel y a llamar cara de perro a la del hombre violento.

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