LÍNEA DE FONDO

Pistones al Jerez

El Continental Circus ha llegado a Jerez. Todo empezó en un lejano olor a fundición, bencina y lubricante. Las grandes fábricas habían dedicado el invierno a mejorar sus máquinas de última generación; en la búsqueda de la enésima potencia aligeraron y endurecieron las aleaciones, alargaron la vida de los materiales sintéticos, y en un esfuerzo final estiraron hasta el límite el rendimiento del motor y el perfil cortante de sus prototipos. Cumplido el plazo, los equipos recibieron el material con una mezcla de ansiedad y fascinación, lo entregaron a los rotulistas, y luego, conver...

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El Continental Circus ha llegado a Jerez. Todo empezó en un lejano olor a fundición, bencina y lubricante. Las grandes fábricas habían dedicado el invierno a mejorar sus máquinas de última generación; en la búsqueda de la enésima potencia aligeraron y endurecieron las aleaciones, alargaron la vida de los materiales sintéticos, y en un esfuerzo final estiraron hasta el límite el rendimiento del motor y el perfil cortante de sus prototipos. Cumplido el plazo, los equipos recibieron el material con una mezcla de ansiedad y fascinación, lo entregaron a los rotulistas, y luego, convertido en un abigarrado mosaico de emblemas, logotipos, cifras y marcas, sucesivamente desarmado y armado, lo anclaron sobre perchas, trípodes y bancadas en algún discreto cubículo de sus camiones-laboratorio.

Hoy, todo está bajo control. Ordenados en un ruidoso campamento, con sus camisas tiznadas y sus ojeras verdosas, los mecánicos van y vienen a los boxes con las llaves de tuerca, los destornilladores de cabeza múltiple y las pistolas de grasa. De pronto, a la hora convenida, aparecen los pilotos, abren el grifo del combustible y la tierra se pone a temblar.

Entre ellos, fulgurante como un guacamayo, asoma Valentino Rossi. Para prevenir torsiones y desolladuras soporta un armazón de plástico, usa guantes ergonómicos, calza botas de jinete y exhibe un lustroso mono dorado con sus rodilleras laterales, sus hombreras reforzadas y su falsa joroba aerodinámica. A ratos parece el hombre de escayola: oprimido por la rígida indumentaria de competición se contonea como un simio y arrastra los pies como un autómata, pero sonríe con la insistencia untuosa de un vendedor. Sonríe siempre.

Su dentadura forma parte del uniforme o, más exactamente, de la máscara de campeón. Indica que Il dottore sigue siendo feliz y que conserva una sólida confianza en sí mismo. Ya ha derribado a una promoción completa de pilotos veteranos, así que sólo mantiene una duda provisional sobre el poderío de algunos jóvenes: mira de reojo al combativo Melandri y se pregunta si Toni Elías, uno de los novatos más intrépidos del cuadro, ha completado su formación en la categoría de las categorías.

Sin embargo, claro está, su verdadero problema se llama Dani Pedrosa. El nuevo candidato ha dejado vacante su puesto de niño prodigio para que se lo jueguen Barberá y Lorenzo, y ahora ha decidido sugerir al jefe que se exilie urgentemente en la Fórmula 1. Sus credenciales son abrumadoras: viene del futuro, ha recorrido todos los peldaños del escalafón, ha ganado títulos y kilos, y representa la más temible cualidad en un aspirante: aún no ha aprendido a perder.

Sólo tiene un problema. Se llama, naturalmente, Valentino Rossi.

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