Análisis:A LA PARRILLA

Narciso abierto a machetazos

"Lastimosamente, mi hijo es un asesino a sueldo", decía al final la madre con el rostro pixelado. Fue la única palabra de lamento tras una retahíla de entrevistas con sicarios colombianos que hablaban con frialdad pasmosa de su trabajo. Porque ellos lo consideran simplemente así, como la única salida laboral posible. Están pendientes de las llamadas de "la oficina", tienen un sueldo básico y comisiones por los trabajos puntuales. Se entrenan en "la escuelita" con terroristas y criminales internacionales. Edad promedio: de 14 a 16 años. Pago por asesinato: desde 60 euros por un pringao, ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

"Lastimosamente, mi hijo es un asesino a sueldo", decía al final la madre con el rostro pixelado. Fue la única palabra de lamento tras una retahíla de entrevistas con sicarios colombianos que hablaban con frialdad pasmosa de su trabajo. Porque ellos lo consideran simplemente así, como la única salida laboral posible. Están pendientes de las llamadas de "la oficina", tienen un sueldo básico y comisiones por los trabajos puntuales. Se entrenan en "la escuelita" con terroristas y criminales internacionales. Edad promedio: de 14 a 16 años. Pago por asesinato: desde 60 euros por un pringao, a 6.000 u 8.000 euros por un pez gordo. También aceptan encargos del extranjero. España es buen cliente. En el documental que emitió Tele 5 la medianoche del miércoles hablaban sólo los asesinos. El único flanco débil que mostraron los sicarios, embozados, fue su madre. Casi rompían a llorar al hablar de su mamacita. La vida de los demás les trae sin cuidado. "La muerte no la tenemos tan santa como la tienen ustedes allá", decía uno.

¿Tan santa? A continuación la misma cadena emitió un docushow, U-24. Cámaras en el servicio de urgencias de un hospital. Un anciano con infarto cerebral, todo entubado, semidesnudo, la mujer gimiendo. Un hombre con veinte machetazos, la oreja y un dedo colgando, alaridos desesperados en la camilla, heridas sangrantes y suturas en primer plano. La cabeza con costurones de Frankenstein. Y otros casos. No murieron. Todos salían después muy sonrientes. Imagino a la familia reunida ante la tele diciendo: "¡Mira, el abuelo, qué cara pone! Y la abuela, ¡qué lagrimones! Jejé". Como truculentos vídeos caseros. Este programa lleva más de un año en antena. Dicen que es de interés social. Los médicos quedan muy bien, amables, eficaces. Lo incomprensible es el deseo de exhibirse en televisión aunque sea destripado o convulsionando. Supongo que en el fondo de todo está la fascinación por ver reflejada la propia imagen. Multiplicada, universalizada. Los sicarios también se sienten estrellas de la tele. Como Narciso: nos ahogamos en la telerrealidad.

Archivado En