LÍNEA DE FONDO | FÚTBOL | 21ª jornada de Liga

Pata de mula

Con sus últimos goles, Pernía, Beckham y Roberto Carlos nos han devuelto, en sus distintos perfiles, la figura ensimismada del tirador.

Seco en su secarral, con sus curtidos pómulos de segador y sus piernas de arriero, Pernía pidió pista libre con la mirada. Como de costumbre, los otros jugadores ocuparon las encrucijadas del campo: ensartados en sus líneas, unos y otros se alternaban como muñecos de futbolín. Sin prisa, el ejecutante tomó impulso, eligió el centro geométrico de la pelota, fijó la vista en la escuadra, señaló las zancadas una por una, y tensó la palanca del pie de apoyo...

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Con sus últimos goles, Pernía, Beckham y Roberto Carlos nos han devuelto, en sus distintos perfiles, la figura ensimismada del tirador.

Seco en su secarral, con sus curtidos pómulos de segador y sus piernas de arriero, Pernía pidió pista libre con la mirada. Como de costumbre, los otros jugadores ocuparon las encrucijadas del campo: ensartados en sus líneas, unos y otros se alternaban como muñecos de futbolín. Sin prisa, el ejecutante tomó impulso, eligió el centro geométrico de la pelota, fijó la vista en la escuadra, señaló las zancadas una por una, y tensó la palanca del pie de apoyo para ajustar el tiro. De pronto cerró el arco y golpeó violentamente con el macizo del empeine.

Un instante después, el balón era la sublimación de una bala. Avanzaba metro a metro, pero ascendía centímetro a centímetro. No cortaba el viento con la levedad de un pellejo hinchado, sino con el empuje metálico de una granada. Cuando se estrelló en los hexágonos de la red, aún seguía ganando altura. Aquel gol rectilíneo nos demostró que no hay pierna más dura que la de Pernía.

Ante el Cádiz, Roberto Carlos se conjuró para agrupar toda la tensión de la musculatura en un solo disparo. La idea era ésta: en el callejón del 8, Beckham tocaría hacia la izquierda y Zidane amortiguaría dos metros más allá para abrir el ángulo. Roberto se concentró en su rutina de lanzador: zapateó para comprimir el ritmo de la carrera, alargó progresivamente su secuencia de doce zancadas y cargó la pierna izquierda, su pata de mula. Entonces apuntó al centro de la barrera: en ese instante, con sus camisetas amarillas, los seis defensas eran para él seis bartolillos de crema. Cuando asestó el golpe, todas sus fibras se sublevaron. Acto seguido, la barrera se abrió por la mitad: aceptaba el gol, pero conseguía esquivar la bala explosiva.

Tres minutos más tarde, casi desde el mismo lugar, Beckham invirtió la maniobra: tocó hacia la derecha, clavó dos zancadas, encaró de nuevo, giró alrededor de su columna inglesa y dio un latigazo redondo. Esta vez, la pelota bordeó la barrera y se ciñó a la escuadra con el destello dorado de una bala trazadora.

Gente como Riquelme, Assunçao, Ronaldinho, Zidane, Baraja, Tristán, Yeste y otros virtuosos de la percusión nos ofrecen sus propias demostraciones de fútbol telescópico. Marcan con el canto de la bota el lugar convenido, examinan las hojas de hierba como quien lee las páginas de un libro verde, toman un buche de aire contaminado para activar el veneno de las células y eligen un punto imaginario en el vano de la portería.

Luego, el estadio se inflama y nuestro pulso viaja con el balón.

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