Cartas al director

Como cuando éramos niños

Un día, en un momento de lucidez, te preguntas por qué, para ser el propietario de una sencilla vivienda en las afueras de tu ciudad, has tenido que sacrificarte económicamente durante 20 años o más; por qué, a pesar de llevar muchos años trabajando -¡y gracias!-, no has conseguido salir de una discreta subsistencia, por qué el dinero que ahorras pierde continuamente poder adquisitivo, por qué estás condenado a una tarea rutinaria y sin alicientes...

E intentas descubrir el intríngulis de la cuestión, esos mecanismos que permiten a un reducido número de personas enriquecerse cada vez má...

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Un día, en un momento de lucidez, te preguntas por qué, para ser el propietario de una sencilla vivienda en las afueras de tu ciudad, has tenido que sacrificarte económicamente durante 20 años o más; por qué, a pesar de llevar muchos años trabajando -¡y gracias!-, no has conseguido salir de una discreta subsistencia, por qué el dinero que ahorras pierde continuamente poder adquisitivo, por qué estás condenado a una tarea rutinaria y sin alicientes...

E intentas descubrir el intríngulis de la cuestión, esos mecanismos que permiten a un reducido número de personas enriquecerse cada vez más, vivir unas vidas de lujo, y ser los dueños efectivos del cotarro. Y te dices que el secreto debe de estar en la maraña de la economía, la cual, para ti, es poco menos que chino mandarín. Esa que habla de los impuestos, la bolsa, la ley de la oferta y la demanda, la especulación, la plusvalía, la balanza de pagos, los tipos de interés, la inflación, el precio del dinero, el FMI, el PIB, la OPA...

Pero, a pesar de todos tus esfuerzos para comprender el funcionamiento económico del mundo, te quedas tan frustrado como K, el personaje de la novela de Kafka, en su intento de aclarar su situación con respecto a los habitantes del castillo que gobiernan la aldea donde ha acudido para trabajar como agrimensor.

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Finalmente, derrotada tu inteligencia por esa absurda complejidad, te dices que la causa de que millones vivan regular, mal o muy mal, mientras unas minorías tienen unos privilegios exorbitantes, no debe de ser tan abstrusa, y que lo que realmente ocurre es lo mismo, aunque de forma enrevesada, que cuando uno era niño.

Entonces, los matones del barrio imponían sus abusivas normas en el juego y en las relaciones cotidianas, de manera que todo fuera acorde con sus intereses, porque al ser ellos quienes repartían las cartas se habían quedado con todos los triunfos.

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