Columna

Cinco

El pasado 21 de noviembre se cumplió el quinto aniversario de la desaparición de Ernest Lluch, que era home de pau i diàleg. Alguno de mis lectores advertirá que no he querido reconocer la cruda realidad de que Ernest Lluch fue asesinado por ETA. Es una actitud deliberada porque me cuesta aceptar que la vida de Ernest fuera cerrilmente segada en su despacho, en su facultad y en el perímetro de su tierra, Cataluña, por la que tanto había trabajado, en la que creía y a la que consideraba un ámbito de convivencia civil. Y todo esto molesta y sigue molestando a los que necesitan existencial...

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El pasado 21 de noviembre se cumplió el quinto aniversario de la desaparición de Ernest Lluch, que era home de pau i diàleg. Alguno de mis lectores advertirá que no he querido reconocer la cruda realidad de que Ernest Lluch fue asesinado por ETA. Es una actitud deliberada porque me cuesta aceptar que la vida de Ernest fuera cerrilmente segada en su despacho, en su facultad y en el perímetro de su tierra, Cataluña, por la que tanto había trabajado, en la que creía y a la que consideraba un ámbito de convivencia civil. Y todo esto molesta y sigue molestando a los que necesitan existencialmente un pretexto para la confrontación. Afortunadamente existe la Fundació Ernest Lluch para honrar su memoria. Tiene como objetivo proseguir con la línea de acción que promovió Ernest desde los puntos de vista que consideró prioritarios: la memoria personal, el ámbito científico y universitario; el ámbito cívico y político, y el ámbito cultural y deportivo. Su sede está en Vilassar de Mar, su ciudad natal, y tiene prolongaciones en el País Valenciano, País Vasco y desde hace poco en Aragón. De este modo son muchos los aspectos que entusiasmaban a Lluch que van desde la música, el arte y la literatura a las discapacidades, a las alternativas del pleito autonómico o su financiación asimétrica, como a él le gustaba llamarla.

En una etapa intermedia de su vida Ernest desembarcó en la Universitat de Valencia. Llegó después de un período de persecución política. Se sumergió en la realidad valenciana, a cuyo panorama intelectual aportó su particular visión de los asuntos domésticos en aquel momento especialmente confusos. Pero eran tiempos de agitación y esperanza cuando el melón democrático estaba a punto de abrirse. Le conocí recién llegado, de la mano de Josep Maria Soriano Besó y en compañía de un amigo de ambos, Josep Maria Huertas Clavería. Un almuerzo memorable en torno a un arroz caldoso de pato, rodeados de arrozales. Su libro premiado con el galardón de los Octubre trazó el esbozo de una alternativa, hasta entonces inexplorada. La vía valenciana es un libro que marca una inflexión en el debate autonómico o nacionalista, en aquel momento todavía tensionado por la aparición de Nosaltres els valencians de Joan Fuster.

Los tiempos cambian y las actitudes esgrimidas por el talante inteligente y combativo de Lluch intranquilizaban precisamente a quienes basan la explicación de su posición en la intransigencia. Ernest Lluch era un hombre tranquilo con firmes convicciones democráticas. Un intelectual que se mantuvo en acción, consciente de que el panorama solamente era modificable desde dentro y mediante la aplicación de la voluntad al logro de sus proyectos. Acaba de publicarse un libro editado esmeradamente en el que se recogen los escritos aragoneses de Ernest Lluch y muy pronto los valencianos tendrán su propia aportación permanente a su memoria. Los políticos tienden a acapararlo todo y explotarlo en beneficio de las posiciones partidistas. Un error que nos sigue costando caro.

Algún día habrá que reconocer que los temas valencianos constituían un baluarte al que no podía renunciar Lluch. Cinco años después, todavía hemos de preocuparnos por reconducir el discurso y los debates. Es la verdad de la vida.

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