Análisis:ANÁLISIS | NACIONAL

Tierra quemada

LAS CATAPLASMAS PALIATIVAS o abiertamente exculpatorias aplicadas por los portavoces del PP al intimidatorio mensaje preventivo enviado el día de Reyes por el teniente general Mena -segundo jefe operativo del Ejército de Tierra- a las Cortes generales, sede de la soberanía popular encargada de dictaminar la propuesta del nuevo Estatuto de Cataluña, responden a la estrategia de tierra quemada puesta en marcha por el principal partido de la oposición desde hace año y medio. Los populares parecen resueltos a evacuar gratuitamente el espacio político-ideológico que ocuparon con enorme esfue...

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LAS CATAPLASMAS PALIATIVAS o abiertamente exculpatorias aplicadas por los portavoces del PP al intimidatorio mensaje preventivo enviado el día de Reyes por el teniente general Mena -segundo jefe operativo del Ejército de Tierra- a las Cortes generales, sede de la soberanía popular encargada de dictaminar la propuesta del nuevo Estatuto de Cataluña, responden a la estrategia de tierra quemada puesta en marcha por el principal partido de la oposición desde hace año y medio. Los populares parecen resueltos a evacuar gratuitamente el espacio político-ideológico que ocuparon con enorme esfuerzo durante la década de los noventa mediante la incorporación del legado de UCD, CDS y Adolfo Suárez al conservadurismo de Alianza Popular.

Las críticas a las medidas sancionadoras adoptadas por el Gobierno contra el teniente general Mena tras su discurso de la Pascua Militar muestran la continuidad de la línea de actuación de los populares

Si aquel cacareado viaje al centro arrancó con un cambio de siglas -PP por AP- ideado para homologar al partido con Europa y aliviar el endeudamiento, la peregrinación se aceleró con la designación hereditaria de Aznar como su presidente estampillado en el Congreso de Sevilla de 1990. El éxodo hacia las zonas templadas del espectro político se proponía superar el famoso techo de Fraga para abandonar de esta forma las frías inclemencias de la eterna oposición. Los porcentajes desoladores (8% en 1977 y 6% en 1979) o simplemente insuficientes (26,3% en 1982, 25,9% en 1986 y 25,8% en 1989) de los populares lograron durante ese oportunista viaje los niveles necesarios (38,79% en 1996 y 44,54% en 2000) para conquistar el poder.

La experiencia de los ocho años de gobierno del PP mostró, sin embargo, que el éxito electoral de esa publicitada travesía hacia el centro -ayudada por el desgaste y los errores del PSOE- no había sido acompañado por una paralela evolución de la cultura política democrática de sus líderes: procedentes los más veteranos del anterior régimen, los dirigentes más jóvenes -como Aznar, Rato, Rajoy, Álvarez Cascos, Trillo o Loyola del Palacio- se formaron en la escuela fundada en 1976 por Fraga como ex ministro de Franco para llevar a cabo la reconversión de la dictadura a la democracia menos cara para su clientela. Si el segundo mandato -con mayoría absoluta- del PP puso al descubierto la agenda oculta autoritaria de Aznar, la desvergonzada utilización de la mentira para engañar a los ciudadanos (las inexistentes armas de destrucción masiva en Irak, el naufragio del Prestige, la catástrofe del Yak-42, el atentado del 11-M) y para mantenerse en el poder costó el 14-M al PP una caída de casi siete puntos (hasta el 37,6%) y la pérdida del Gobierno.

Los dirigentes del PP estarían condenados a regresar a los lejanos orígenes de AP si continuaran resistiéndose a examinar las causas de la derrota y asumir sus propias responsabilidades. El arranque de la legislatura marcó de forma irreversible ese rumbo suicida: los portavoces populares manipularon la comisión parlamentaria de investigación sobre el 11-M, no sólo para negar las evidencias de la autoría islamista del atentado (atribuyendo de paso el crimen a ETA y a servicios secretos de países vecinos), sino también para sembrar descabelladas sospechas sobre fantasiosas connivencias de los socialistas con los trenes de la muerte. Siguiendo los esquemas del pensamiento autoritario, la paranoica calumnia del PP convierte al PSOE en enemigo y borra su condición de adversario en la lucha por la alternancia democrática; en esa infame deriva, Rajoy -con el aliento de Aznar en el cogote- ha llegado a la vileza de acusar al presidente del Gobierno de traicionar a los muertos por ETA. La mentalidad excluyente, la intolerancia ideológica y el lenguaje injurioso pautan la estrategia de los populares para ser los representantes exclusivos de los verdaderos españoles de misa y olla; quienes no les voten serán arrojados a las tinieblas exteriores de la anti-España. Tras utilizar el matrimonio homosexual, la asignatura de religión, el aborto y la eutanasia como mimbres de su alianza tridentina con la jerarquía católica, el PP parece resuelto ahora a dar un paso todavía peligroso: jugar con el fuego de las reformas estatutarias y los conflictos territoriales para promover el descontento en las Fuerzas Armadas.

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