Reportaje:400 AÑOS DEL MAESTRO DE LAS SOMBRAS

El enigma del jinete alado

Las carreteras son rectas, las distancias entre los pueblos, largas. El cielo propone algo nuevo a la tierra. Me imagino viajando solo entre Kalisz y Kielce hace unos ciento cincuenta años. Entre esos dos nombres habría siempre un tercero, el del caballo. El nombre del caballo era una constante entre los nombres de las ciudades a las que se acercaba uno y los de aquellas que dejaba atrás.

Veo una señal que indica la dirección de Tarnów, hacia el sur. A finales del siglo XIX, Abraham Bredius, el compilador del primer catálogo moderno de las obras de Rembrandt, descubrió un lienzo de éste...

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Las carreteras son rectas, las distancias entre los pueblos, largas. El cielo propone algo nuevo a la tierra. Me imagino viajando solo entre Kalisz y Kielce hace unos ciento cincuenta años. Entre esos dos nombres habría siempre un tercero, el del caballo. El nombre del caballo era una constante entre los nombres de las ciudades a las que se acercaba uno y los de aquellas que dejaba atrás.

Veo una señal que indica la dirección de Tarnów, hacia el sur. A finales del siglo XIX, Abraham Bredius, el compilador del primer catálogo moderno de las obras de Rembrandt, descubrió un lienzo de éste en el castillo de Tarnów.

"Cuando vi pasar por delante de mi hotel un magnífico carruaje tirado por cuatro caballos y supe por el portero que era del conde Tarnowski, quien se había prometido hacía tan sólo unos días con la condesa Potocka, la cual aportaría al matrimonio una dote considerable, no podía saber que aquel hombre era además el afortunado propietario de una de las obras más sublimes del gran maestro".

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Bredius dejó el hotel e hizo en tren el largo y difícil camino hasta el castillo del conde -se quejaba de que el tren avanzaba a paso de hombre durante una gran parte del trayecto-. Allí descubrió un lienzo de un caballo con jinete, que atribuyó a Rembrandt sin dudarlo un instante, considerándolo una obra maestra que había pasado un siglo perdida en el olvido. Se le dio el título de El jinete polaco.

Nadie sabe hoy con exactitud quién está representado en el cuadro o qué representaba éste para el pintor. La levita del jinete es típicamente polaca, una kontusz. Al igual que el tocado. Probablemente por eso le interesaría al noble polaco que lo adquirió en Amsterdam y lo trajo a Polonia a finales del siglo XVIII.

Cuando lo vi por primera vez en la Frick Collection de Nueva York, donde iría a parar el cuadro muchos años después, me pareció que podría ser un retrato de Titus, el amado hijo de Rembrandt. Me pareció, y me sigue pareciendo, que era una pintura sobre el adiós al hogar, sobre la entrada en el mundo.

Una teoría más erudita sugiere que la pintura podría haber sido inspirada por un polaco, Jonaz Szlichtyng, quien fue algo parecido a un héroe rebelde en los círculos disidentes del Amsterdam de la época de Rembrandt. Szlichtyng pertenecía a una secta de seguidores del teólogo sienés Lebo Sozznisi, que en el siglo XVI negó la divinidad de Cristo como hijo de Dios, pues si lo fuera, la religión dejaría de ser monoteísta. Si el cuadro está inspirado por Jonaz Szlichtyng, la imagen que ofrece es la figura de un Cristo que sería un hombre, sólo un hombre que, montado a caballo, se dispone a enfrentarse a su destino.

Me gusta el cuadro del Jinete Polaco como podría gustarle a un niño: porque es el comienzo de una historia contada por un anciano que ha visto muchas cosas y nunca encuentra el momento de irse a dormir.

Me gusta el jinete como podría gustarle a una mujer: por su coraje, su insolencia, su vulnerabilidad, sus fuertes muslos. Liz tiene razón. Muchos caballos atraviesan aquí nuestros sueños.

En 1939, varias unidades de caballería del ejército polaco armadas con sables cargaron contra los tanques de las divisiones Panzer del ejército invasor. En el siglo XVII, los llamados "jinetes alados" eran temidos cual ángeles vengadores en las llanuras orientales. Sin embargo, el caballo significa algo más que proeza militar. Durante siglos, los polacos se han visto continuamente obligados a viajar o a emigrar. Las carreteras, que cruzan un país sin fronteras naturales, no tienen fin.

Los hábitos ecuestres permanecen todavía visibles en los cuerpos y en la forma de moverse de los polacos. El gesto característico de poner el pie derecho en el estribo levantando en un golpe simultáneo la otra pierna se me viene a la cabeza en una pizzería de Varsovia, al observar a unos hombres y mujeres que posiblemente nunca se han aproximado y mucho menos subido a un caballo y que están bebiendo Pepsi-Cola.

Me gusta el caballo del Jinete Polaco como podría gustarle a un jinete que ha perdido su montura y le han dado otra. El caballo ofrecido a cambio está un poco entrado en años -los polacos llaman a esos jamelgos szkapa-, pero es un animal de probada lealtad.

Finalmente, me gusta la invitación del paisaje, allí a donde lleve.

Fragmentos del libro Aquí nos vemos (Alfaguara), de John Berger, crítico de arte y escritor.

'El jinete polaco' (fechado en 1656), de Rembrandt.

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