Tribuna:

2006

Tempus fugit, que decían los romanos. Por si la anterior evidencia no bastara, el dichoso tiempo no es una categoría homogénea. La percepción del tiempo -Einstein aparte- nos gasta malas pasadas. A veces -cada vez más escasas- los segundos, las horas y los días se nos antojan eternos. El tiempo pesa como una losa en el alma cuando está atribulada o se disfruta con fruición cuando uno se sumerge en el Beatus Ille de Fray Luis de León. Pero las más de la veces el tiempo se acelera que da gusto y semanas, meses y años desfilan a toda velocidad sin que podamos detener las horas como ...

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Tempus fugit, que decían los romanos. Por si la anterior evidencia no bastara, el dichoso tiempo no es una categoría homogénea. La percepción del tiempo -Einstein aparte- nos gasta malas pasadas. A veces -cada vez más escasas- los segundos, las horas y los días se nos antojan eternos. El tiempo pesa como una losa en el alma cuando está atribulada o se disfruta con fruición cuando uno se sumerge en el Beatus Ille de Fray Luis de León. Pero las más de la veces el tiempo se acelera que da gusto y semanas, meses y años desfilan a toda velocidad sin que podamos detener las horas como en la canción de los Panchos ni hacer que se pare el tren para bajarnos antes del previsible final.

El fuerte viento postnavideño ha acabado con las pocas hojas que quedaban en el caduciforme árbol del 2005 y de nuevo nos amenazan las doce uvas, el carrillón de la Puerta del Sol , la borrachera gregaria y, no faltaba más, los buenos deseos para el nuevo año. ¡Dios, qué cruz! Quien más quien menos quiere, desea o anhela que el 2006 le sea propicio, que la suerte le acompañe y que la enfermedad le respete. Aunque querer, querer, lo que se dice querer, lo que todos queremos es ser queridos.

Más allá de nosotros mismos, de la escasa autocomprensión de nuestro yo -a pesar de las muchas horas que estamos sólo con nosotros- y de nuestro estrecho mundo de afectos (familia directa y amigos que merezcan tal nombre), esa buena señora a la que llaman sociedad se empeña año tras año en que la tengamos en cuenta en tan señaladas y manoseadas fechas. Con frecuencia, en un intento vano y estéril de escapar de complicaciones, identificamos sociedad y política para a continuación acogernos a los tópicos de "no me interesa la política, son todos iguales", etcétera, con indisimulada alegría de la derecha de toda la vida que ha cultivado, cultiva y cultivará la desafección del personal de todo lo que suene a res publica. "Yo soy apolítico" proclaman con orgullo supuestos desencantados y jóvenes desnortados que lo tienen más difícil que Diógenes en su ineludible búsqueda de referentes.

Toda protección, toda línea Maginot es espúrea. En la imperfecta democracia formal -el menos malo de los sistemas conocido- el DOGV, el BOE y el DOCE no dejan de vomitar todos los santos días del año, leyes y normativas que condicionan (o incluso determinan) nuestros avatares colectivos y, por ende, nuestras posibilidades individuales. O juegas o juegan por ti. Partidos, sindicatos, asociaciones, organizaciones no gubernamentales... Hagan juego señores.Y si no les gustan los modos vigentes de mediación entre el individuo y la sociedad, cámbienlos o inventen otros nuevos. Todo menos pasar.

Resultaría relativamente sencillo elaborar un pequeño memorial de greuges de las urgencias más perentorias de nuestro País (el valenciano) a poco que queramos acabar el 2006 con las alforjas un poco más ligeras. Pero los listados me producen cada vez más reacciones alérgicas y prefiero limitarme a subrayar una evidencia: vamos relativamente bien servidos de diagnósticos pero como desgraciadamente éstos proceden de colores del arco iris diferentes al azul dominante, la tendencia asimismo dominante es a persistir y profundizar en los errores. En algún manual les habrán enseñado que no hay que dar muestras de debilidad y sí hacer todo lo contrario a lo que propongan los sospechosos críticos. Quizá también les hayan adoctrinado en la fe electoral: he ganado, ergo tengo razón. De victoria en victoria hasta la derrota final.

De todas formas, tiempo habrá de sugerir peoras a ver si, por reacción, lo acertamos. Aunque nunca me ha gustado la expresión de "ciudadano del mundo" porque uno es antes que nada de su calle, de su barrio o de su ciudad (lo de la comarca, región o nación requiere un esfuerzo de identificación), lo cierto es que a fecha de hoy, en el límite del nuevo año, lo que realmente me pide el cuerpo es levantar un poco el vuelo. Miseria material -la moral es una pandemia- hay en todas las esquinas pero lo que está sucediendo a escala planetaria clama al cielo. En lugar de organizar estúpidos maratones solidarios para tranquilizar conciencias en estas señaladas fechas (antes se llevaba lo de "ponga un pobre en su mesa" al estilo Buñuel), estaría bien que los medios de comunicación y los gobiernos de los países denominados ricos se hicieran al comer las uvas el firme propósito de que el 2006 sea el año de la solidaridad internacional. Solidaridad que comienza por la denuncia sistemática de los gobiernos corruptos de los países pobres que no tienen ningún problema en mantener en la miseria a su población (con la ayuda de las multinacionales) a cambio de algunas gratificaciones. En segundo lugar, sería de estricta justicia el que de una vez por todas se dispusiera gratis de la medicación más avanzada contra el sida o cualquier otra enfermedad de las que diezma la población (vean la magnífica película de El Jardinero Fiel). Habría que restablecer también a toda velocidad el suministro de agua potable y por lo que al hambre se refiere, mientras se practican políticas de desarrollo sensatas y desaparece el proteccionismo agrícola de los países ricos, los famosos excedentes agrícolas están para algo. Pero si la constatada corrupción de los gobiernos se extiende -como también está constatado- a los oportunistas de segundo nivel, mejor quedarse quieto.

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Se me dirá, con razón, que el tema es muy complejo. Una gran verdad que puede ser una magnífica excusa. Por creencia religiosa o por ética, empezemos a poner fin a este macabro espectáculo o pongamos en duda la oportunidad de la existencia de la raza humana. De momento, el balance de la historia nos sitúa como una especie estúpida y cruelmente depredadora con sus propios individuos, con los de otras especies y contra la naturaleza. Menudo éxito.

Josep Sorribes es profesor de la Universitat de València.

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