OPINIÓN DEL LECTOR

Sobre silla de ruedas

El otro día mi padre, un anciano de 76 años que va en silla de ruedas, fue citado para comparecer ante el juez. Era la tercera vez que se desplazaba para ratificar la declaración que hiciera hace unos meses en comisaría. Ahí va un breve relato de nuestra excursión a los juzgados de plaza de Castilla.

Ninguno de los dos habíamos visitado antes aquellas dependencias, así que, dejé a mi padre esperando en el taxi mientras yo preguntaba a un guardia de seguridad por el juzgado al que debíamos dirigirnos.

Después de esperar una larga cola a la entrada del edificio para pasar por el de...

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El otro día mi padre, un anciano de 76 años que va en silla de ruedas, fue citado para comparecer ante el juez. Era la tercera vez que se desplazaba para ratificar la declaración que hiciera hace unos meses en comisaría. Ahí va un breve relato de nuestra excursión a los juzgados de plaza de Castilla.

Ninguno de los dos habíamos visitado antes aquellas dependencias, así que, dejé a mi padre esperando en el taxi mientras yo preguntaba a un guardia de seguridad por el juzgado al que debíamos dirigirnos.

Después de esperar una larga cola a la entrada del edificio para pasar por el detector de metales y otro rato largo para poder tomar el ascensor, llegamos a nuestra planta. Allí, otros 15 minutos más tarde, una secretaria nos informó de que nos habían indicado mal y de que el juzgado que buscábamos estaba en el edificio contiguo, con entrada por la puerta principal.

Volvimos a desandar el camino hasta la calle y empujé cuesta arriba la silla de ruedas hasta la plaza. La puerta principal tiene una rampa lateral, sí, pero justo al final de ella hay una enorme columna que sólo deja dos opciones: pasar entre la columna y la escalinata, corriendo el grave riesgo de despeñarse escaleras abajo, o probar suerte en el también exiguo espacio entre la columna y el muro.

Opté por lo segundo y, con mucha dificultad, arañando muro y columna, conseguí llegar a la puerta. En el zaguán volvimos a hacer cola por segunda vez ante los detectores.

Dos de los cuatro ascensores del edificio estaban averiados y una multitud de gente, que aumentaba por segundos, esperaba para tomar los otros dos. Tuvimos que esperar tres turnos antes de que alguien (un grupo de amables gitanas, por cierto) nos dejara entrar en uno de los ascensores. Finalmente, llegamos a nuestro destino. La diligencia duró casi una hora durante la cual, nadie tuvo a bien ofrecerme una silla -afortunadamente mi padre iba sentado.

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Y digo yo, si los ministros y otros altos cargos no tienen que desplazarse para este tipo de trámites, que incluso se les permite despachar por escrito, ¿no merece esa misma deferencia un anciano minusválido que paga religiosamente sus impuestos.

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