Columna

La piedad

¿Quién merece la piedad, el que la practica o también es merecedor el que arremete con crueldad contra sus enemigos?, ¿tiene algo que ver la piedad con la vida democrática o estamos hablando de una virtud religiosa o ética?, ¿cuál es el nombre de la piedad cuando pasa a ser un derecho en la vida pública: respeto a la integridad y al buen nombre? Cuando la falta de contención ha llegado tan lejos como en la vida pública española es difícil saber dónde está la piedad. No se puede recurrir a la ley continuamente para establecer límites porque la falta de piedad suele ser consecuencia del nivel cí...

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¿Quién merece la piedad, el que la practica o también es merecedor el que arremete con crueldad contra sus enemigos?, ¿tiene algo que ver la piedad con la vida democrática o estamos hablando de una virtud religiosa o ética?, ¿cuál es el nombre de la piedad cuando pasa a ser un derecho en la vida pública: respeto a la integridad y al buen nombre? Cuando la falta de contención ha llegado tan lejos como en la vida pública española es difícil saber dónde está la piedad. No se puede recurrir a la ley continuamente para establecer límites porque la falta de piedad suele ser consecuencia del nivel cívico en el que nos desenvolvemos, de eso que llamábamos la educación. Recuerdo haberle oído decir a Martín Pallín que deberíamos recurrir a la justicia sólo cuando sea imposible el entendimiento. Ocurre que una buena mañana alguno de los predicadores que más gritan se levanta de la cama y lee atónito el insulto brutal que se le ha dedicado en un periódico de los que se reparten gratis en el metro: "No deberían haberte disparado en la pierna sino en el corazón". Hasta él, inventor furioso de descalificaciones, se siente desmoralizado. Alguien le desea la muerte en letra impresa. La redacción tiene la mala saña de las maldiciones, que no marcan el destino pero minan nuestra moral. Hay quien es de la opinión que por principio no se debe sentir piedad hacia quien ni la tiene ni la va a tener. Pero también hay otro tipo de gente en España, esa tercera España que definió Paul Preston, la que no creyó en la confrontación y se quedó, como se pudo ver, más sola que la una. Una tercera España que debiera haberse ampliado tras años de vida democrática pero que achican a diario los que exhiben su furia impúdicamente. Parece comprobado que cuando el ambiente se exaspera quienes tienden a callarse son las personas sensatas, las que no se sienten preparadas para desenvolverse en un entorno agresivo. Si los que vociferan se callaran un día, sólo un día, tal vez a las pocas horas empezaríamos a escuchar la tímida opinión de personas normales que ahora callan. Incluso sería un descanso para los provocadores profesionales. Ellos mismos se darían un respiro, no tendrían que leer que alguien desea que el disparo de un terrorista de Terra Lliure hubiera sido más certero.

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