Crítica:TEATRO

El filo en la nuca

Una mañana de primavera de 1994 dos millones de tutsis ruandeses se despertaron como Gregorio Samsa en La metamorfosis. Radio Mil Colinas, la emisora más escuchada del país, les llamaba cucarachas y animaba al resto de la población a pisotearles. La mayoría hutu comenzó una cacería cuidadosamente organizada, armada con aperos de labranza y con más de medio millón de machetes comprados en China. En tres meses, 800.000 tutsis fueron rebanados. Un grupo de 10 matadores confesos y condenados cuenta los detalles de sus crímenes a Jean Hatzfeld, ex corresponsal de Libération, en ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Una mañana de primavera de 1994 dos millones de tutsis ruandeses se despertaron como Gregorio Samsa en La metamorfosis. Radio Mil Colinas, la emisora más escuchada del país, les llamaba cucarachas y animaba al resto de la población a pisotearles. La mayoría hutu comenzó una cacería cuidadosamente organizada, armada con aperos de labranza y con más de medio millón de machetes comprados en China. En tres meses, 800.000 tutsis fueron rebanados. Un grupo de 10 matadores confesos y condenados cuenta los detalles de sus crímenes a Jean Hatzfeld, ex corresponsal de Libération, en Una temporada de machetes (Anagrama, 2004). Desde que se levantó la veda del tutsi, este grupo se citaba cada mañana en el campo de fútbol de Nyamata para afilar sus herramientas con piedras e iniciar el rastreo. A fecha de hoy, ninguno de sus integrantes tiene sentimiento de culpa, pesadillas ni depresiones. Sólo aguardan ser liberados y volver a casa. Sus víctimas eran vecinos, compañeros de clase, hinchas del mismo equipo. La versión teatral de Una temporada de machetes, elaborada por Dominique Lurcel, cuenta cómo se planificaron las matanzas y la fría disciplina con que se ejecutaron. Antes de escribir este libro, Hatzfeld dio la palabra a las víctimas en Dans le nu de la vie, otra colección de entrevistas que ha subido a escena, interpretada por Isabelle Lafon. La actriz francesa comienza leyendo el libro de Hatzfeld, ofrece su brazo derecho al filo de un machete imaginario y recita el texto restante sentada, de perfil. ¿La infamia no se puede relatar cara a cara? Paolo de Vita y Francesca Zanni lo intentan, con éxito, en La caricia de Dios-Ruanda 1994, monólogo inspirado en Instruzioni per un genocidio, de Daniele Scaglione. Su protagonista es el general canadiense Roméo Dallaire, comandante de la misión de paz de la ONU en Ruanda. Dallaire fue enviado a Kigali en 1993 para hacer respetar los acuerdos firmados en Arisha por el Gobierno hutu de Juvenal Habyarimana y el Frente Patriótico Ruandés, partido tutsi en el exilio. La única documentación que Naciones Unidas entregaron al general es la guía Michelin. Los cascos azules belgas y africanos recibieron vehículos de segunda mano, con el manual de instrucciones en ruso. La caricia de Dios muestra cómo una confluencia de malas voluntades, omisiones y despropósitos desembocó en un genocidio anunciado. La traducción española, dirigida por Paolo de Vita y Lola López, se estrenó en Valencia el mes pasado, con Pep Ricart como protagonista. Ahora se representa en la sala madrileña El Canto de la Cabra.

El alucinado protagonista de La caricia de Dios relata la pasividad de la ONU y el papelón que las potencias coloniales y la Iglesia vienen haciendo en Ruanda desde hace un siglo. Los misioneros católicos crearon escuelas especiales para los tutsis y los consolidaron como casta dirigente. Al hacerse cargo los belgas del país tras la I Guerra Mundial destituyeron a todos los jefes locales hutus. Para remate, en 1932 establecieron el carné de identidad étnico, que acabó sirviendo para segregar a las víctimas. Dallaire narra también cómo Butros Ghali, secretario general de la ONU, silenció sus peticiones de ayuda, le obligó a no intervenir y, en plena masacre, redujo el número de cascos azules en Ruanda de 2.500 a 270.

La caricia de Dios evoca el pasado desde el año 2000, cuando Dallaire, de nuevo en Canadá, intentó quitarse la vida. No conseguía dormir, no soportaba el silencio y fue relevado por sus mandos. Acabó rehaciendo su vida, y escribiendo el libro J'ai serré la main du diable, sobre la parcialidad de la inacción de Naciones Unidas.

Una compañía belga, el Groupov, de Lieja, es la primera que llevó este genocidio a escena, con intención de reparar simbólicamente a las víctimas. Su Ruanda 94, estrenado en 1999, es un réquiem de más de seis horas, interpretado por una veintena de actores, músicos y cantantes. Se abre con el testimonio de Yolanda Mukagasana, enfermera anestesista que perdió a toda su familia. Durante 40 minutos, la Mukagasana real cuenta su historia entre sollozos y pone el corazón en un puño. El resto del espectáculo, dirigido por Jacques Delcuvellerie, combina música, teatro y proyecciones.

La caricia de Dios. El Canto de la Cabra. Madrid. Hasta el 13 de noviembre.

'La caricia de Dios-Ruanda 1994', dirigida por Paolo de Vita y Lola López.

Sobre la firma

Archivado En