Crítica:JAZZ

La sombra de Miles Davis

Que todo el jazz que hoy se interpreta proviene de un mismo origen -Miles Davis- es algo fácilmente comprobable. Basta escuchar a Erik Truffaz. El francés, músico de éxito, toca la trompeta recogido sobre sí mismo, como Miles, y descalzo, como la eurovisiva Sandie Shaw. Su música parte de Kind of Blue, de donde parte todo, y llega hasta las carpas chill-out de San Antonio, en Ibiza, que es el mismo producto pasteurizado y puesto en disposición idónea para su consumo por las hordas neo-hippies. Lo que se lleva y se conoce como nu jazz, aunque no hay quien sea capaz d...

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Que todo el jazz que hoy se interpreta proviene de un mismo origen -Miles Davis- es algo fácilmente comprobable. Basta escuchar a Erik Truffaz. El francés, músico de éxito, toca la trompeta recogido sobre sí mismo, como Miles, y descalzo, como la eurovisiva Sandie Shaw. Su música parte de Kind of Blue, de donde parte todo, y llega hasta las carpas chill-out de San Antonio, en Ibiza, que es el mismo producto pasteurizado y puesto en disposición idónea para su consumo por las hordas neo-hippies. Lo que se lleva y se conoce como nu jazz, aunque no hay quien sea capaz de encontrarle una definición que cuadre al término: o se escucha o no hay manera.

En la que fue la solemne inauguración de la temporada jazzística invernal, Truffaz dio una de cal y varias de arena. Lo último, debido al carácter heterogéneo de su Ladyland Quartet, agrupación multiétnica un tanto incoherente en la que cada cual tira a lo suyo y no parece existir una dirección clara. El caso de Mounir Troudi, cantante tunecino cuyas cualidades en lo suyo no se cuestionan, pero tan fuera de lugar en semejante compañía como un besugo colocado en medio de la sabana africana. Su presencia, aunque intermitente, fue una rémora exasperante llamada a contentar a los amantes de lo exótico que, en esto del nu jazz, abundan como setas en primavera; como tampoco se entiende que Truffaz se llevara a Michel Benita para tocar el contrabajo y jugar a los marcianitos con un ordenador portátil unido al mismo. El sonido de su instrumento, distorsionado hasta lo ininteligible por mor del susodicho artefacto electrónico, se intuía más que se escuchaba: para eso, hubiera valido cualquier otro.

Erik Truffaz & Ladyland Quartet

Erik Truffaz, trompeta; Manu Codjia, guitarra; Michel Benita, contrabajo; Philippe García, batería; Mounir Troudi, voz. XXIV Festival de Jazz San Juan Evangelista. Colegio Mayor San Juan Evangelista, Madrid, 28 de octubre.

Adorno floral

En cuanto a Manu Codjia, se habla de un guitarrista razonablemente original. A él fueron destinados los mayores y más cálidos aplausos; y, por fin, Philippe García, batería de mucho bíceps y poco seso; cuadrado como él solo. Un cero a la izquierda, en términos jazzísticos.

La resultante: un bonito adorno floral escaso de sustancia y carente del mínimo aliento poético; lo más parecido a lo que en tiempos de Erik Satie se conocía como "música de ascensor", hoy llamada chill out. Música atractiva y perfectamente olvidable. Indefinida e indefinible (también de pasada de vatios); y, aun así, hubo sus momentos, en ausencia siempre del inoportuno Mounir. Aquellos en que los actores perdían la compostura debida al género y se conducían allá donde su inspiración les llevaba. Apenas un suspiro, pero lo suficiente como para permitirnos distinguir al Miles Davis escondido en algún lugar del alma sensible de Truffaz. El gentío que acudió a la madrileña catedral del jazz respondió mostrando un entusiasmo desmedido y justo. Porque a un público como el de San Juan no se le engaña fácilmente.

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