Crítica:

Un maestro en Nueva York

A finales de los años cuarenta se fragua lo que se ha dado en llamar la Escuela de Nueva York, un grupo de artistas que practicaban una pintura abstracta, expresionista, cromática y dinámica. Aunque cada uno de ellos poseía una fuerte personalidad individualista, los críticos, por medio de la selección de obras en exposiciones colectivas, lograron que emergieran de sus cuadros unas características que, a pesar de sus sensibles diferencias, hoy les hace reconocibles como grupo. El segoviano Esteban Vicente (Turégano, 1903- Long Island, 2001), que en 1936 se había exiliado a Nueva York, no sólo ...

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A finales de los años cuarenta se fragua lo que se ha dado en llamar la Escuela de Nueva York, un grupo de artistas que practicaban una pintura abstracta, expresionista, cromática y dinámica. Aunque cada uno de ellos poseía una fuerte personalidad individualista, los críticos, por medio de la selección de obras en exposiciones colectivas, lograron que emergieran de sus cuadros unas características que, a pesar de sus sensibles diferencias, hoy les hace reconocibles como grupo. El segoviano Esteban Vicente (Turégano, 1903- Long Island, 2001), que en 1936 se había exiliado a Nueva York, no sólo comparte las características de los expresionistas abstractos norteamericanos sino que participa en algunas de esas exposiciones en las que se fragua la "Escuela", tales como New Talents 1950 y 9th Street. A pesar del éxito que obtuvo su trabajo en la capital del arte moderno, su obra no empezó a ser conocida en España hasta finales de los años ochenta.

ESTEBAN VICENTE

Galería Elvira González

General Castaños, 3. Madrid

Hasta el 29 de octubre

Esto explica que, frente a la masiva presencia de pintura de los artistas del informalismo español, la obra de Esteban Vicente se muestre aquí con cuentagotas y resulte insuficientemente conocida por el gran público, estos factores hacen interesante el pequeño conjunto de cuadros que se puede ahora contemplar en Madrid, muy particularmente tres o cuatro de los primeros años cincuenta, en los que se muestra un mundo de campos cromáticos, muy sutilmente entonados, que se fragmenta y disgrega en trazos picudos y pequeñas masas amorfas. Son cuadros que tienen una factura que recuerda a la de un De Kooning, pero en los que se aprecia el eco de un particular entendimiento de las composiciones del cubismo sintético picassiano. En otros cuadros se puede observar cómo, a finales de los años cincuenta, su gesto plástico se hace más amplio y el cromatismo más sólido, se trata de cuadros en los que aparecen superficies de color con bordes indefinidos, en los que los trazos rápidos y la pastosidad de los pigmentos confieren a los lienzos una fuerza contenida.

A pesar de las similitudes,

hay algo en las obras de Esteban Vicente que las diferencia de las de sus compañeros de "Escuela", vistos ahora estos cuadros, cincuenta años después de pintados, sorprenden por la madurez y seriedad que destilan, en contraste con la búsqueda frenética de novedades plásticas y técnicas que caracteriza el trabajo de los artistas de Nueva York.

Por último, esa seriedad y oficio plástico no pretenden imponerse al espectador con la arrogancia apabullante de sus compañeros de "Escuela", que se sirven de grandes formatos y trazos violentos, sino que Esteban Vicente se expresa por medio de obras intimistas, delicadamente compuestas, en las que, con frecuencia, prescinde de la untuosa pintura para utilizar la técnica del collage, que realiza con papeles previamente coloreados sobre los que aplica trazos de carbón.

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