Columna

Paisanaje

Además del tópico clima suave y agradable, los cerros de Cabanes divisaban y divisan desde sus laderas levantinas el mar; desde las faldas occidentales de los mismos se distinguen la abrupta cima del Penyagolosa y otras altas cumbres vecinas de Aragón. Las tierras valencianas son largas y estrechas, y Cabanes la mejor estampa de esa geografía de almendro, secano, montaña y llano, regadío y huerta, Arco romano y humedal costero. Si Dios o el diablo no lo remedian -y no se vislumbra tal remedio- será con el cemento y el llamado urbanismo turístico depredador con quienes tropiecen el vecindario y...

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Además del tópico clima suave y agradable, los cerros de Cabanes divisaban y divisan desde sus laderas levantinas el mar; desde las faldas occidentales de los mismos se distinguen la abrupta cima del Penyagolosa y otras altas cumbres vecinas de Aragón. Las tierras valencianas son largas y estrechas, y Cabanes la mejor estampa de esa geografía de almendro, secano, montaña y llano, regadío y huerta, Arco romano y humedal costero. Si Dios o el diablo no lo remedian -y no se vislumbra tal remedio- será con el cemento y el llamado urbanismo turístico depredador con quienes tropiecen el vecindario y el visitante foráneo de esas laderas, que tienen el mar por horizonte y en cuyos lindes anidan la canastera y el chorlitejo patinegro. Porque la urbanización de millones de metros cuadrados, la construcción de miles de casas y la reproducción de hoteles alpinos con nieve artificial, se hará a escasos metros de El Prat donde se reproduce a duras penas el samaruc y el fartet. El desarrollo o desarrollismo insostenible nos obligan a despedirnos de paisaje e historia, porque no hay nadie que vigile ese paisaje con rostro humano en el que sólo se quiere ver negocio, y negocio rápido. Y tendremos que despedirnos empujados, entre otros, por los votos de María Teresa Sidro, Inma Beltrán, Carlos Planell y Begoña Marqués, munícipes del PSPV-PSOE de Cabanes que se pronunciaron a favor del cemento y el negocio en el pleno del ayuntamiento, convocado por su alcalde del PP.

Y, aunque se oyó el siseo de este o aquel dirigente del PSPV-PSOE en desacuerdo con el sentido del voto de sus correligionarios, nadie vigila el paisaje. La ejecutiva comarcal del mencionado partido respalda a los ediles del negocio y el cemento; los de la ejecutiva de la comarca vecina de La Plana Baixa, también. Y resultan como divertidas, agrias y lastimosas, las argumentaciones con las que justifican su postura y defensa del desarrollo insostenible, y que hacen públicas sin que se les sonroje su teórico rostro de militantes de una determinada izquierda: que resulta dificultoso para los concejales de un pueblo pequeño oponerse a algo que aportará beneficio a sus vecinos; que no se puede votar en contra de un PAI en un municipio donde se conocen todos, y lindezas similares que tienen tanta consistencia y firmeza como la bruma y la niebla. Ni todos los vecinos mojan en la ensalada del negocio rápido del desarrollismo, ni cuanto se decide en esos plenos atañe únicamente al vecindario del pueblo. El paisaje es de todos, y los muchos recursos que se necesitan, entre ellos el agua que es escasa, también. Y eso sin pensar en las desaladoras, o en las infraestructuras viarias que necesitará una ingente población flotante en Cabanes casi equivalente a los habitantes de la capital de La Plana, o en las depuradoras que permitan que el samaruc o los sapillos se sigan reproduciendo en las aguas limpias de un Prat protegido. ¿Se construirá con el parné del negocio de algunos vecinos o sufragará las infraestructuras el erario de todos?

Pero nadie vigila al vecindario del negocio, ni el paisaje de todos. Tradicionalmente se nos dijo que el negocio es de derechas y la ideología de izquierdas; pero nadie nos explicó dónde ubicar a una mal llama izquierda indígena, tan escasa de ideología como pinturera; un paisanaje que hace las delicias de la derecha del negocio grande y el desarrollo insostenible; un paisanaje con impunidad y sin vigilancia. Y los valencianos del norte, como los del centro y el sur, sin torres o masías fortificadas a lo largo de la costa para vigilar la llegada del corso.

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