Tribuna:

Katrina contra el Imperio

Estados Unidos tiene desplegados 250.000 soldados en unos 130 países, y mantiene bases e instalaciones militares permanentes en alrededor de 50 de ellos. Entre las listas de best-sellers políticos, hace tiempo que ocupa un lugar destacado la literatura sobre imperios, con una pregunta latente: ¿son los Estados Unidos un imperio en horas bajas? Se considera que, históricamente, la progresiva extensión del poder del imperio alcanza un punto en el que el coste de mantenimiento de toda esa maquinaria de dominación se hace excesivo; entonces, el imperio comienza a debilitarse, es cada vez má...

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Estados Unidos tiene desplegados 250.000 soldados en unos 130 países, y mantiene bases e instalaciones militares permanentes en alrededor de 50 de ellos. Entre las listas de best-sellers políticos, hace tiempo que ocupa un lugar destacado la literatura sobre imperios, con una pregunta latente: ¿son los Estados Unidos un imperio en horas bajas? Se considera que, históricamente, la progresiva extensión del poder del imperio alcanza un punto en el que el coste de mantenimiento de toda esa maquinaria de dominación se hace excesivo; entonces, el imperio comienza a debilitarse, es cada vez más costoso mantener el orden en las provincias lejanas y crece el descontento en la metrópoli.

La deficiente respuesta del Gobierno federal a la catástrofe tiene, según Krugman, causas ideológicas
El huracán Katrina sorprendió al grueso de las legiones americanas batallando lejos de sus fronteras

El huracán Katrina sorprendió al grueso de las legiones americanas batallando a capa y espada en Irak y Afganistán, azotó uno de los principales puertos comerciales del país e interrumpió las vacaciones de un emperador que soñaba, alegre y distraído, con otras cosas: reformar la seguridad social y culminar su viraje conservador con los dos nuevos nombramientos en el Tribunal Supremo. No quiso ver desde su rancho que en el Olimpo, los dioses, abandonando sus reyertas habituales, se habían puesto de acuerdo en lanzar su ira contra el Sur negro del imperio.

Y se hizo el caos: los diabéticos entraban en coma ante las cámaras por falta de insulina, las mujeres eran violadas en los baños de los refugios provisionales y bandidos armados mantenían rodeada la comisaría del Barrio Francés durante dos días, disparando a todo uniformado que se moviera por tierra, mar o aire. En el silencio horrorizado de después de la tragedia, esclavos, patricios y senadores se preguntaban cómo había podido ocurrir todo aquello en la ciudad del sol, el río y las trompetas.

Al despojarse Katrina de su forma huracanada y evaporarse, el corazón todopoderoso del imperio se enfrenta ahora a sus propias limitaciones. Al igual que el ciervo paralizado en medio de la carretera por la luz de un coche, el Gobierno federal ha respondido tarde y mal a la venganza de la naturaleza, a pesar de que informes anteriores al 11 de septiembre de 2001 contemplaban ya "un ataque terrorista en Nueva York, un nuevo terremoto en San Francisco y un huracán en Nueva Orleáns" como las más apremiantes potenciales catástrofes. Según el economista Paul Krugman, esta ineptitud del Gobierno federal ha sido consecuencia "de la hostilidad ideológica hacia la misma idea de utilizar el gobierno al servicio del bien común".

En un país gigantesco en el que la naturaleza aún no ha sido domesticada del todo, edificado sobre el mito del cowboy y la filosofía de "¡quién demonios es el Gobierno para meterse en mis asuntos!", la tensión gobierno-individuos es inherente al sistema político. Pero la vieja cuestión se ha recrudecido ante lo que algunos definen como intento de desmantelamiento del Gobierno federal por parte de la actual Administración y sus sibilinos augures. El nombramiento en su día de "un amigo de un amigo" del presidente, experto en caballos de raza árabe y sin ninguna experiencia previa en gestión de catástrofes, para el puesto de director de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA en sus siglas en inglés) escuece a muchos ahora que el organismo ha hecho gala de una total incapacidad de prevenir y de hacer frente al huracán.

Además, las hordas de libertos negros y pobres -tataranietos de esclavos- desveladas por el manto de agua y las lágrimas y recuerdos perdidos para siempre que ha dejado el Katrina muestran, con el mismo hedor que reinaba en el estadio de Nueva Orleáns, las miserias del imperio. Del medio millón de habitantes de la ya extinta capital del estado de Luisiana, casi dos tercios son negros, y cerca de un tercio vive por debajo del umbral de pobreza. Las estadísticas demuestran que los hogares afroamericanos siguen siendo más pobres que el resto. Aún así, no dejaba de sorprender la imagen desarrapada y desvalida que ofrecían muchas de las víctimas negras de la catástrofe. Según la Oficina del Censo, los niveles de pobreza y de desprotección social aumentaron en 2004 en los Estados Unidos: el 12,7% de sus habitantes vive por debajo del umbral de pobreza (37 millones) y 45,8 millones de ciudadanos norteamericanos (15,7%) no tenían cobertura sanitaria en 2004.

Ante semejante espectáculo, unos precios del petróleo y de la gasolina por las nubes y con el 10% de la capacidad de refinamiento de petróleo paralizada en la zona del golfo -es decir, con el talón de Aquiles al descubierto-, Bush y su guardia pretoriana deben convencer a sus compatriotas de que sigue siendo posible arreglar el lío de Irak, encontrar a Bin Laden, recuperarse del huracán, competir con China e India, garantizar una buena educación a los niños y un precio asequible de gasolina a los conductores... sin subir los impuestos.

"Si hay un lugar en la faz de la tierra que tiene los recursos para hacer frente a estos problemas es Estados Unidos, y lo vamos a hacer", ha dicho el vicepresidente Cheney. La verdad es que soldados mexicanos, aviones europeos y jóvenes de la Cruz Roja francesa han acudido a la llamada de auxilio del imperio porque el emperador está desnudo o, como diría algún niño peor hablado que el del cuento, al imperio le han pillado en pelotas.

Borja Bergareche es abogado.

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