Pie de foto / 12 de julio de 2005 | CULTURA Y ESPECTÁCULOS

El cabo de Hornos

Los procesos narrativos y los biológicos son muy semejantes. Un óvulo recién fecundado en el vientre y una idea novelesca recién aparecida en la cabeza son muy poca cosa en apariencia, pero ahí está toda la información de lo que será el relato, o la persona. En algún momento, la biología y el relato se trenzan de tal forma que no es posible distinguir el uno del otro. De hecho, nacemos con un argumento debajo del brazo. Antes de venir a este mundo, ya somos los hijos de estos señores; los sobrinos de aquellos otros; los nietos de los de más allá. Aun sin haber sido inscritos en el Regis...

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Los procesos narrativos y los biológicos son muy semejantes. Un óvulo recién fecundado en el vientre y una idea novelesca recién aparecida en la cabeza son muy poca cosa en apariencia, pero ahí está toda la información de lo que será el relato, o la persona. En algún momento, la biología y el relato se trenzan de tal forma que no es posible distinguir el uno del otro. De hecho, nacemos con un argumento debajo del brazo. Antes de venir a este mundo, ya somos los hijos de estos señores; los sobrinos de aquellos otros; los nietos de los de más allá. Aun sin haber sido inscritos en el Registro Civil, ya pertenecemos a una familia pobre o de clase media; culta o ignorante; noble o plebeya. Para conquistar una voz propia, para que nuestra vida o nuestra novela posean alguna subjetividad, tenemos que negociar con ese argumento previo, a veces tenemos que huir de él. Borges, al recibir el Cervantes de manos de Juan Carlos, dijo que los poetas y los reyes se parecían en que, lejos de elegir su destino, eran víctimas de él. Algo así.

Quizá Borges no negoció con su destino, pero es evidente que el príncipe Felipe sí. Destinado a ser rey y a casarse con una princesa, dijo vale, seré rey, pero me casaré con quien quiera (quizá con quien me quiera). Y de este modo hibridó su historia, su novela familiar, su destino, el argumento de su vida. No menos complicada tuvo que ser la negociación de Letizia con el suyo. Probablemente, da más vértigo saltar de la clase media a la nobleza que de la nobleza a la clase media. Pero saltaron los dos, cada uno en la dirección del otro, y ahí los tienen, construyendo una novela histórica, un hijo histórico que quizá sea una hija histórica, pues tendrá por primera vez los mismos derechos que un varón. Con un arranque así, esta novela está condenada al éxito.

El argumento es la sombra de la novela como el dolor es la sombra de la enfermedad, decía Robert Musil. El argumento es la sombra del hombre. Lo acompaña allá donde va. Es su zona oscura. La historia del Arte no se puede escribir sin la historia de la sombra. La del hombre tampoco. Ese bebé invisible es el verdadero argumento de una foto cuya luz parece provenir del interior de Letizia y no del flash. Todo lo que sucede alrededor del bebé es trama porque llega un momento de la vida en que uno, lo quiera o no, se convierte en trama. La madre es la trama desde la que se negocia con el destino, o con el argumento. Empiezas a escribir la novela con una idea previa cuando de súbito aparece una bifurcación y tienes que tomar decisiones. Has de ser muy flexible en eso. Si entras en una mina a buscar cobre y tropiezas con una veta de oro, no vas a despreciar el oro porque no estuviera en tus planes. Si has venido a la vida para ser rey o periodista, pero al correr en esa dirección encuentras un destino mejor, has de tener el coraje de cambiar el argumento de tu novela o de tu vida.

El caso es que un día, hace poco, tropezamos con esta foto en la primera página del periódico y comprendimos que la novela había doblado el cabo de Hornos y que tenía una pinta excelente, la verdad. Lo difícil de las novelas y de los hijos es aceptar que no nos pertenecen. Letizia, en esta foto, es ya pura trama, quizá pura urdimbre. Que sea para bien.

RICARDO GUTIÉRREZ

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