Análisis:A pie de obra | TEATRO

De cómo la Mujer Baja recuperó el sueño perdido

Uno. Podría ser una novela corta de Ian McEwan. O una de las primeras películas de Polanski. O incluso un Hitchcock, el eterno extranjero, siempre obsesionado por la desposesión, por perder el favor de la América que le había acogido o, simplemente, contratado. Vamos al asunto. A Juan Mayorga le encargaron una obra en el Royal Court. Es lo que suele pasar cuando eres resident writer. Transitorio, por supuesto. La primera idea fue escribir sobre la "residencia" y, coda, sobre la ley de extranjería. Mayorga pronto atrapó una variante mucho más sugestiva: el extranjero como alguien ...

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Uno. Podría ser una novela corta de Ian McEwan. O una de las primeras películas de Polanski. O incluso un Hitchcock, el eterno extranjero, siempre obsesionado por la desposesión, por perder el favor de la América que le había acogido o, simplemente, contratado. Vamos al asunto. A Juan Mayorga le encargaron una obra en el Royal Court. Es lo que suele pasar cuando eres resident writer. Transitorio, por supuesto. La primera idea fue escribir sobre la "residencia" y, coda, sobre la ley de extranjería. Mayorga pronto atrapó una variante mucho más sugestiva: el extranjero como alguien que, esencialmente, "está a merced". De una ley, desde luego, pero sobre todo de una mirada. Que se lo pregunten al pobre electricista brasileño asesinado con siete tiros por la poli inglesa. Sí, una mirada puede matar: la mirada precede a los siete tiros. En Animales nocturnos, la obra que Mayorga escribió en su residencia del Royal Court, hay una mirada que mata más lentamente. Día a día o, mejor dicho, noche a noche. "¿Usted no es de aquí, verdad? No puede engañarme. "Usted es extranjero", le dice el Hombre Bajo al Hombre Alto, su vecino, al principio de la obra. La mirada se ha puesto en marcha, como una máquina fatal. El Hombre Bajo: afable, siempre atento a arreglar una cañería rota, una mala conexión eléctrica. O una situación irregular, sobre todo para un extranjero. Le ofrece una copa y un trato: disponibilidad a cambio de silencio. "Un día le pediré un rato de conversación; otro, que me acompañe a dar una vuelta". El Hombre Alto es escritor; malvive haciendo guardias en un hospital, de madrugada. La Mujer Alta, su esposa, también (mal)vive de noche, traduciendo guías turísticas y novelas infames. El Hombre Bajo está casado con una mujer insomne, infantil, adicta a los consultorios esotéricos. El Hombre Bajo vive de día como si siempre fuera de noche, los ojos muy abiertos, como los animales del nocturama del zoo -topos, erizos, lechuzas, ginetas- que muestra al Hombre Alto en una de las mejores escenas de la función.

Animales nocturnos, de Juan Mayorga, dirigida por Magda Puyo en la sala Beckett

Poco a poco, el Hombre Alto se convierte en el perro del Hombre Bajo, siempre dispuesto a saltar ante un chasquido de dedos. Mayorga construye muy bien la lenta disolución de las dos parejas: el nuevo vínculo corroe como un ácido. La Mujer Baja no puede competir con un esclavo. La Mujer Alta no puede vivir con un esclavo. De los cuatro personajes, la Mujer Alta es la peor pintada, la más borrosa. Yo diría que le falta carne, carne exhausta, y le sobra una historia de amor, un punto de fuga -un admirador secreto, denominado "el hombre del sombrero"- que no llega a aparecer. Mayorga es muy bueno, pero a ratos, como ése, hay en su teatro algo de excesivo cálculo, de taller de dramaturgia. Los diálogos del "matrimonio alto" están, cómo decirlo... demasiado escritos. Ésa sería mi única pega. Aparte de eso, Animales nocturnos tiene misterio, intuición, gancho. Y acaba en punta. Un final perfecto, en el que el Hombre Alto baila para el Hombre Bajo. Y para su mujer. Con los elementos justos, turbadores de puro precisos. El muñequito en la copa de vino, boca abajo, ahogándose. El tren nocturno alejándose con una nueva pasajera. Y el diario. Una idea sensacional: Pinter se sentiría orgulloso. Escribir el diario del otro, inventar su felicidad. El diario de un día perfecto. Esa última escena, en la que muda radicalmente el destinatario del juego, podría llevar un subtítulo: de cómo la Mujer Baja recuperó el sueño perdido.

Dos. Magda Puyo ha dirigido la función en la Beckett. Ha sido un exitazo de público, pero demasiadas veces hay que ir rescatando, adivinando el texto, como un hilo de metal precioso bajo un lecho de piedras, o un agua demasiado rápida y turbia: sobran subrayados, gesticulaciones, vocinglerías. Hay un problema de reparto. Pep Jové tiene un físico ideal para personajes "instantáneamente turbios", pero eso no es, me atrevería a decir, lo que pide Mayorga para el hombre bajo. No Sidney Greenstreet, no Peter Lorre, sino, pongamos, el Robin Williams de Retratos de una obsesión. O el Norman Briski de El plomero: cuanto más neutro, más amenazador. No quisiera cargar todo el peso del desacierto en Pep Jové, pero es que realmente es el eje de la obra. Y Magda Puyo le permite todas las miradas insidiosas, los tonos -falsísimos- del depredador de serie Z: sólo le falta un cuervo sobre el hombro. La escena del acoso a la mujer alta, por ejemplo (puro Pinter, el Pinter de El portero), está montada con una apabullante falta de sutileza. Es el problema, tan corriente en nuestro teatro, de repartir un papel por el tipo físico en vez de jugar al contrapié, que siempre es mucho más inquietante. Pep Pla y Mercé Mariné, el "matrimonio alto", los eternos extranjeros, tampoco acaban de convencer. Decir que el suyo es un trabajo digno es decir poco, porque saben y pueden alcanzar mucha más verdad. Yo creo que les aprisiona el castellano, y hay bastantes líneas de diálogo que tampoco ayudan. La reina de Animales nocturnos es Teresa Urroz en el rol de la mujer baja. Teresa Urroz es una "maverick", una inclasificable. A mí me hace pensar en un cruce entre Lali Soldevila y Julia Caba Alba: esos ritmos verbales grácilmente sonámbulos, esa ferocidad tras la sonrisa; ese nadar, sin parecerlo, en las aguas más profundas. También debe haber una especial empatía entre la Urroz y Magda Puyo, porque la dirigió de maravilla en Tractat de blanques, una obra endiabladamente extraña de Enric Nolla, también en la Beckett, en el otoño de 2001. Teresa Urroz es una de esas actrices que puede hacer, por lo que llevo visto, cualquier cosa. Convertirse en negra, como en la pieza de Nolla, o en auténtico animal nocturno, un pájaro desnortado, una lechuza que gira en círculos hasta que de repente avista el ratón que llevaba años buscando y se lanza sobre él. Teresa Urroz consigue que no puedas quitarle la vista de encima, y que salgas del teatro convencido de que es la verdadera protagonista de Animales nocturnos.

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