Cuestión de cálculo | CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Leerlo todo

La semana pasada quedé con una amiga para cenar. Como se nos había hecho tarde y las cocinas de los restaurantes estaban cerradas, le propuse ir a mi casa. En la nevera tenía vino y uno de esos surtidos empaquetados de quesos que venden en los supermercados. La idea le pareció bastante bien. Tomamos un taxi y llegamos a mi casa en cinco minutos. Abrí la puerta y, parodiando los gestos de un caballero medieval, dejé que ella pasara primero. Al llegar al comedor vio las estanterías repletas de libros. Me preguntó si me los había leído todos. Le contesté que aún no había tenido tiempo. Empezamos ...

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La semana pasada quedé con una amiga para cenar. Como se nos había hecho tarde y las cocinas de los restaurantes estaban cerradas, le propuse ir a mi casa. En la nevera tenía vino y uno de esos surtidos empaquetados de quesos que venden en los supermercados. La idea le pareció bastante bien. Tomamos un taxi y llegamos a mi casa en cinco minutos. Abrí la puerta y, parodiando los gestos de un caballero medieval, dejé que ella pasara primero. Al llegar al comedor vio las estanterías repletas de libros. Me preguntó si me los había leído todos. Le contesté que aún no había tenido tiempo. Empezamos a cenar y, a la tercera copa de vino, me dio por reflexionar en voz alta acerca de la brevedad de la vida, y lo horrible que es no tener tiempo para leerlo todo. Me levanté de la mesa, fui a buscar mi nueva calculadora y me senté otra vez frente a mi amiga.

Para leer todos los libros que se han publicado deberíamos vivir más de mil vidas. Y mil vidas es mucho tiempo, ¿no te parece decepcionante?

Desde Homero hasta Lucía Etxebarría se han publicado en el mundo doce millones de libros. Un lector concienzudo puede leerse unas tres obras por semana. Si dividimos doce millones entre tres obtenemos una cifra que nos entristece: cuatro millones de semanas; setenta y siete mil años, setecientos setenta siglos.

Levanté la vista de mi calculadora, miré a mi amiga asombrado y le dije: "¿Sabes qué? Jamás podremos leerlo todo. Antes te lo decía intuitivamente, pero acabo de calcularlo. Para leer todos los libros que se han publicado deberíamos vivir más de mil vidas. Y mil vidas es mucho tiempo, ¿no te parece decepcionante?".

Me miró con la expresión más horrible que he visto durante este último año. Intenté consolarla hablándole con toda la dulzura de la que fui capaz, diciéndole que no es preciso leérselo todo, que puede bastarnos una sabia selección, que la mayoría de los libros publicados tal vez no merecen ser leídos. Pero su cara no cambiaba. Aquello parecía haberle impactado muchísimo. Tal vez debería haber tenido más tacto con ella, no haberle lanzado esa fría verdad a la cara. Siempre supe que era una chica sensible, pero no imaginaba que pudiera llegar a serlo tanto. Además, ahora que lo pensaba fríamente, ¿qué más da no poder leerlo todo?

Veinte segundos después, comprobé con satisfacción que mi amiga era muchísimo más inteligente de lo que yo había supuesto cuando, en vano, intentaba consolarla. Bebió un trago de vino y me explicó el motivo de su aspecto horrorizado: "No me importa no poder leerme todos los libros, Juan Carlos. Me da igual que se necesiten setecientos setenta siglos para devorar todo lo que se ha escrito. Lo que me fastidia es que me invites a cenar a tu casa y estés un cuarto de hora con la mirada perdida, tecleando una absurda calculadora, mientras me como estos quesos yo sola". Se levantó y se fue, dejándome merecidamente solo, con mis absurdos quesos de supermercado y mi ridícula calculadora.

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