Columna

Sin salida

Las previsiones de la Operación Salida de agosto eran aún más apocalípticas que de costumbre, tras el caos del último puente de julio, las autoridades responsables del tránsito rodado, en connivencia con los medios de comunicación, habían redoblado, a tambor batiente, sus recomendaciones y admoniciones, y, por lo que a la familia Peláez se refiere, tales clamores no habían caído en saco roto. Se imponía un cambio de estrategia, y el comando operativo formado por los cabezas de familia, Maribel y Fernando y sus hijos Jonathan y Jennifer, se puso manos a la obra con dos semanas de antelación par...

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Las previsiones de la Operación Salida de agosto eran aún más apocalípticas que de costumbre, tras el caos del último puente de julio, las autoridades responsables del tránsito rodado, en connivencia con los medios de comunicación, habían redoblado, a tambor batiente, sus recomendaciones y admoniciones, y, por lo que a la familia Peláez se refiere, tales clamores no habían caído en saco roto. Se imponía un cambio de estrategia, y el comando operativo formado por los cabezas de familia, Maribel y Fernando y sus hijos Jonathan y Jennifer, se puso manos a la obra con dos semanas de antelación para diseñar una ruta de fuga alternativa, tal y como aconsejaban los expertos. Jonathan, poseedor de amplios conocimientos informáticos, dejó por un momento sus webs porno y sus juegos de ordenador para navegar por rutas virtuales.

Ni hablar de la M-30 de malas obras y previsibles atascos, precaución con la M-40 y la 50, tomar la A-3 por las buenas, camino de Valencia, era casi suicida. De nacional a radial y de radial a comarcal, los Peláez diseñaron por fin una ruta verdaderamente alternativa; la familia la afrontaría a las seis de la mañana de un sábado señalado, marcado y resaltado en rojo que es el color de los festivos y de los peligros.

Las previsiones de los Peláez parecían no haber servido de mucho, renqueantes caravanas de automóviles veraneantes aparecían por todas partes. Después de 15 minutos de retención entre Valdegordo del Jarama y Espinillas del Valle, se abría a la derecha de la carretera el flamante ramal de una nueva autopista, anunciada escuetamente en el panel como M-13, una anchurosa cinta de asfalto virgen, sin coches a la vista y sin señales que indicaran su destino. Fernando dejó sus objeciones a un lado y abordó la nueva y misteriosa autovía hacia alguna parte. "Me parece que este tramo no lo han inaugurado aún, no hay ni un solo cartel"-murmuró minutos después. Una inmisericorde llanura amarilla circundaba la impecable pista, la soledad que con tanto ahínco habían buscado, la ausencia de automóviles en los dos sentidos, empezaba a ser preocupante y la preocupación se tornaría en inquietud y desasosiego cuando fueran engullidos por un ominoso túnel sin luces que les parecería eterno. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Jennifer cuando creyó haber oído en la oscuridad el bramido mecánico de una tuneladora, o excavadora.

Treinta kilómetros después, Fernando propuso desandar lo andado aunque significara volver a pasar por el túnel. Así lo hicieron, pero por más que retrocedían no daban con la entrada.

La familia Peláez rompería el cerco a las tres de la madrugada, pero ninguno de sus miembros podría explicar muy bien como habían llegado a la simpática localidad abulense de Pinganitos de Arriba a través de una carretera inexistente, la M-13, que no figura ni en los planos ni en los planes del MOPU... La verdad está ahí fuera, que dicen en Expediente X.

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