Columna

Género negro

¡Maldita barbacoa! Un clásico de la novela negra hecho realidad: la familia feliz, modélicamente ecologista y moderna celebra su privilegio con una comida campestre. Pero olvida que en España no sólo no hay césped como en las postales norteamericanas de los años cincuenta, sino que estamos en verano y a 40 grados a la sombra. La familia descuida esos pequeños detalles porque es tan feliz consigo misma que no tiene tiempo ni espacio vital para percibir lo que la rodea. Celebra su propia virtud con un acto sencillo: el que cree que hacen todas las buenas familias del mundo un viernes a medio día...

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¡Maldita barbacoa! Un clásico de la novela negra hecho realidad: la familia feliz, modélicamente ecologista y moderna celebra su privilegio con una comida campestre. Pero olvida que en España no sólo no hay césped como en las postales norteamericanas de los años cincuenta, sino que estamos en verano y a 40 grados a la sombra. La familia descuida esos pequeños detalles porque es tan feliz consigo misma que no tiene tiempo ni espacio vital para percibir lo que la rodea. Celebra su propia virtud con un acto sencillo: el que cree que hacen todas las buenas familias del mundo un viernes a medio día, una comida al aire libre. Y así es como se causa la tragedia. Hay muertos, arde media provincia de Guadalajara, se desata una crisis política y se espera un decretazo: queda prohibido a todo el mundo hacer barbacoas por siempre jamás.

Lección definitiva: las barbacoas no son buenas en verano ni nunca, caso cerrado. Ojalá eso garantizara que no habrá más incendios. Sería fantástico que las cosas fueran así de sencillas, pero ésta no es la cuestión; quizá sería más sensato prohibir esas buenas personas que viven ensimismadas sin mirar siquiera a su alrededor. Hay que saber que estar en el mundo es ser capaz de percibirlo en sus matices, su diversidad y sus contradicciones múltiples.

No es éste el primer caso, ni será el último: de buenas intenciones está el infierno lleno, sucede todos los días. Ha pasado algo similar con los chicos del atentado de Londres. Parecían unos tipos estupendos, incluso eran maestros de gente con dificultades, nadie advertía nada raro y hasta la policía dejó de interesarse por ellos... ¿Habrán sido capaces estos chicos con tan buen aspecto de poner cuatro bombas en los transportes de la ciudad más cosmopolita del mundo, matar a más de 50 personas e inmolarse? ¿No estaban integrados en la sociedad inglesa en la que habían nacido, pese a sus orígenes lejanos?

¿Cómo es posible que el más bueno de la historia acabe siendo el más malo? Ésta es la gran pregunta a la que dio respuesta en sus novelas Ágatha Christie: sólo la inteligencia, la perspicacia y la sensibilidad son capaces de detectar este clásico prototipo humano. Ésta es la magia del género negro: instruye sobre los misterios y recovecos del alma, un territorio tan singular como infinito.

La incógnita del malo que no sólo parecía bueno sino que creía que lo era de verdad es hoy una realidad que se confirma en las circunstancias más inverosímiles y dispares. El caso de la barbacoa en Guadalajara y el terrorismo en Londres tienen más en común de lo que pueda pensarse a simple vista: las consecuencias, igualmente terribles, por ejemplo. En ambas situaciones no cabe duda tanto de las buenas intenciones como de la irresponsabilidad de unos y otros. Responsables, eso sí, de ensimismamiento, los de Guadalajara no vieron más allá de su nariz, lo cual no es tan distinto del fanatismo de los de Londres. Efectivamente, parece que hay una gran diferencia: los de la barbacoa no querían matar ni causar un desastre colectivo, que era, en cambio, lo que buscaban los de Londres. Es otro viejo tema: lo accidental y lo voluntario.

En nuestro mundo global lo accidental y lo voluntario se abrazan, se confunden, se marean uno al otro hasta intentar justificar lo injustificable. El vuelo de una mariposa en China -se dice con resignación- puede desencadenar una tormenta en América. No es raro el desconcierto de los contemporáneos ante las consecuencias de nuestros propios actos. Quién sabe de lo que es capaz este tipo de apariencia normal con el que me cruzo por la calle, se piensa en Barcelona, pero también en Nueva York, Tokio o Buenos Aires. El catastrofismo invade con facilidad a los pusilánimes: trasladada a la vida real, la novela negra es una perversión que lleva a prohibir la vida misma.

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