Tribuna:DESDE MI SILLÓN | TOUR 2005 | Decimosexta etapa

¿Dónde andas?

Faltan cinco minutos para que den las dos del mediodía y he abandonado mi sillón privilegiado. Ni sillín, ni sillón, hoy estoy en un asiento de clase turista en un avión y en este momento atravieso Francia a la velocidad de crucero que permiten los reactores. El Tour, el gran circo que inicia su traca final, supongo yo que ya se habrá puesto en marcha en estos momentos. Los corredores se estarán ya aproximando al temido Marie Blanque, que aunque no parezca un coloso pirenaico, es uno de esos puertos que los ciclistas odian. Menos mal que al menos es corto.

Hace como tres o cuatro seman...

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Faltan cinco minutos para que den las dos del mediodía y he abandonado mi sillón privilegiado. Ni sillín, ni sillón, hoy estoy en un asiento de clase turista en un avión y en este momento atravieso Francia a la velocidad de crucero que permiten los reactores. El Tour, el gran circo que inicia su traca final, supongo yo que ya se habrá puesto en marcha en estos momentos. Los corredores se estarán ya aproximando al temido Marie Blanque, que aunque no parezca un coloso pirenaico, es uno de esos puertos que los ciclistas odian. Menos mal que al menos es corto.

Hace como tres o cuatro semanas recorría yo con uno de mis compañeros las carreteras por las que ahora estarán ellos circulando. Las ilusiones estaban todavía intactas y el guión aún por escribir. Reconocíamos el terreno buscando las claves de la etapa, ya fuese una curva peligrosa o una rampa traicionera. Para él sería un día importante, mientras que para mí sería seguramente un día de tránsito, pero nunca estaba de más el saber qué sería lo que nos íbamos a encontrar.

Sin embargo el destino nos ha llevado a ambos por caminos inesperados. Yo estoy aquí, como digo, escribiendo por encima de las nubes por culpa de una mala caída. Él está por allí como esperaba, pero tratando de defender con uñas y dientes el sorprendente tercer puesto que ocupa en la clasificación general, algo que no entraba dentro de lo planeado. Él, Rasmussen, pasea con orgullo el maillot a topos rojos que le acredita como el mejor escalador de este Tour. Yo, Horrillo, voy con mi maleta a Dresden (Alemania) a correr otra carrera ciclista, que el mundo ni empieza ni termina en el Tour. Y aunque mientras escribo esto mi cabeza está en el Tour, mis piernas piensan ya en la Vuelta a España.

Si las carreteras hablaran... no habría páginas para escribir todo lo que nos podrían contar. Yo aquel día subí el Aubisque hablando con la montaña. Recordaba cada una de las veces que había pasado por allí, cómo iba, cómo sudaba, cómo resoplaba. Recordaba el Tour de 2002, en el que iba por allí escapado con (entre otros) Jalabert. A este ritmo no hay nada que hacer, nos dijo, hay que acelerar. Aceleró y le cogieron a cuatro kilómetros de meta. A mí y a los otros escapados 60 kilómetros antes. Recordaba imágenes de aquella montaña, oía historias en las que nunca faltaba ese nombre. Camino del Soulor, en el desfiladero, busqué las gafas que se me cayeron en 2003, en la Vuelta, en una etapa que, casualmente, ganó Rasmussen. Y si la carretera hablase... preguntaría hoy a alguno a ver por dónde ando yo, que había prometido volver por allí el 19 de julio.

Pedro Horrillo es corredor del Rabobank.

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