Columna

El pavo

El martes pasado publiqué un artículo en el que hablaba de los atentados terroristas. De las bombas del 7-J, pero también, subrayo hoy (el espacio de estas columnas es tan pequeño que siempre se quedan cosas fuera), de las constantes carnicerías integristas en los países árabes contra los propios musulmanes. Escribí que la democracia estaba en peligro "no sólo por el riesgo de que nos maten, sino, sobre todo, porque el miedo nos puede llevar a traicionar nuestros principios, como sucedió en la guerra de Irak", un conflicto que líneas antes había calificado de nefasto. Con esto quería decir que...

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El martes pasado publiqué un artículo en el que hablaba de los atentados terroristas. De las bombas del 7-J, pero también, subrayo hoy (el espacio de estas columnas es tan pequeño que siempre se quedan cosas fuera), de las constantes carnicerías integristas en los países árabes contra los propios musulmanes. Escribí que la democracia estaba en peligro "no sólo por el riesgo de que nos maten, sino, sobre todo, porque el miedo nos puede llevar a traicionar nuestros principios, como sucedió en la guerra de Irak", un conflicto que líneas antes había calificado de nefasto. Con esto quería decir que esa entelequia llamada guerra preventiva va en contra del sistema democrático de valores. Creí que la cosa quedaba clara, pero algunos pensaron que me refería al cambio del voto tras el 11-M. Despejado el equívoco vía e-mail, uno de estos lectores me contestó con lúcido y risueño humor: "Estoy, ideológicamente, como un pavo en Navidad al oír una pandereta".

Siempre me ha inquietado esa fatal tendencia que padecemos los humanos a entender las cosas al hilo de nuestras obsesiones y nuestras circunstancias. Es un maldito mal que nos ocurre a todos (a mí también, desde luego) y que crea una zona de penumbra en torno nuestro, una niebla que nos ofusca las entendederas. Hace muchos años, en una piscina española de provincias se prohibió el paso de negros. A raíz de esto escribí un artículo sarcástico diciendo verdaderas barbaridades, como, por ejemplo, que por qué limitarse a prohibirles la entrada, cuando se les podría gasear. A las pocas semanas recibí la conmovedora carta de un guineano que, con exquisita educación, intentaba explicarme que los negros también son seres humanos. Venía sin remite, por lo que no pude contestarle, y me dejó angustiada: qué abismos de horror había tenido que vivir ese hombre para tomar en serio mis disparates. Todos traducimos dentro de nuestras cabezas lo que oímos y vemos, todos reescribimos el texto de los demás con nuestras propias palabras. Y así, creemos que nos dicen "te quiero" cuando nos están diciendo "me voy", o escuchamos "estoy en contra" cuando dicen "sí, pero...". Somos pavos aturdidos por el ruido de las panderetas. Asombra que en ocasiones logremos entendernos.

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