Reportaje:

"El fútbol no es la guerra, pero lo vivo como una batalla"

Pablo García, siempre pegado a un termo y al mate, es el jugador del Madrid con una relación más íntima con el juego

Decía Vicente del Bosque, como de paso y sin reseñar, que "cada uno vive en su mundo". Nadie mejor que el ex entrenador del Madrid para saber lo que significa la convivencia en un vestuario en el que hay de todo. En el Madrid itinerante que en estas horas viaja de California a Japón hay representantes de las más diversas culturas. Hay un republicano francés convencido que además se siente kabil, hay un portugués melancólico, un inglés educado por una madre peluquera en Londres, y un cántabro que declara la certeza de que el Teatro Chino de Hollywood es decepcionante. Que Venice Beach no tiene ...

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Decía Vicente del Bosque, como de paso y sin reseñar, que "cada uno vive en su mundo". Nadie mejor que el ex entrenador del Madrid para saber lo que significa la convivencia en un vestuario en el que hay de todo. En el Madrid itinerante que en estas horas viaja de California a Japón hay representantes de las más diversas culturas. Hay un republicano francés convencido que además se siente kabil, hay un portugués melancólico, un inglés educado por una madre peluquera en Londres, y un cántabro que declara la certeza de que el Teatro Chino de Hollywood es decepcionante. Que Venice Beach no tiene nada que hacer al lado de El Sardinero.

Mirando el mundo que lo rodea con el ceño fruncido, en este Madrid también hay un joven uruguayo de 27 años que se llama Pablo García. Viaja con un termo de agua caliente, una calabaza labrada, y una bolsa de hierba-mate. A media tarde se detiene para chupar la infusión rítmicamente, con una bombilla. "Todos los días tomamos con Diogo (el otro uruguayo del equipo) y la verdad es que no puede faltar. En Uruguay se forma la ronda del mate para conversar y pasar el tiempo. Crea adicción. Alguno de los muchachos [sus compañeros del Madrid] lo ha probado y entiendo que no les gustara porque es muy amargo. Muchas mujeres le echan azúcar y los argentinos también. Pero la mayoría de los uruguayos lo toman amargo-amargo".

"Mi ídolo fue mi padre, un 'cinco' clásico que impresionaba por su garra y su fuerza"
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Cuando habla emite el sonido de una voz antigua. Dice que nació y se crió en Canelones, un pueblo situado a media hora en coche de Montevideo. "Canelones", evoca; "es un pueblo tranquilo. Chico. De gente trabajadora. Con mucho espacio libre, mucho campo. Cada vez que salíamos del colegio se formaban lindos partiditos. Porque allí otras cosas no, pero los niños tienen el campo y la pelota y es lo único que se puede hacer".

García es el más recóndito de los jugadores del equipo. Camina con la cabeza gacha, como atemorizado por el ruido, pero al hablar se muestra seguro como el que lo ha visto todo. Tal vez, en la expedición no haya otro que tenga una relación más íntima con el fútbol como modo de vida. "Empecé en los campeonatos del pueblo", dice. "Ahí le entré a tomar el gusto. Era un poco complicado porque dejé los estudios para ponerme a trabajar. Y trabajé en panaderías y en puestos de mercado de fruta y verdura. Me rebuscaba la vida. En casa, llegar a fin de mes era jodido. Pero gracias a Dios nunca me faltó un plato de comida".

"Un día", recuerda; "por la radio pidieron aspirantes para un equipo pequeño allá en Montevideo: el Wanderers. Fui y tuve la fortuna de quedarme. Y siempre digo que mi padre, que hasta entonces había comprado tres panes por día, empezó a comprar uno solo para poder pagarme el autobús. Comí menos pan pero pude viajar a la capital a entrenarme".

Hay una cierta orfandad en Pablo García. Es difícil atribuir su fichaje a alguien porque nadie lo quiere asumir más que el presidente. Vanderlei Luxemburgo, el técnico madridista, cree que fue una recomendación de Sacchi. Pero es difícil que así sea porque, como asegura el jugador: "En el Atlético coincidí con Sacchi y no contó conmigo". Su representante, Paco Casal, hombre fuerte del fútbol uruguayo, puede ser una explicación. "Sin él habría sido complicado fichar por el Madrid", dice García. "Pero llevo tres temporadas en Osasuna cumpliendo los objetivos del equipo, pero con Paco todo se hizo más fácil".

A pesar de que no lo pidió (quería a Emerson, del Juventus), Luxemburgo está convencido de que por delante de los dos centrales necesitaba un anclaje, un filtro. Este papel, en el Madrid, lo encarna Pablo García. El jugador siente que no podría ser otra cosa. Heredó el oficio por línea directa junto con el gusto por la fricción: "Siempre jugué en esa posición porque mi ídolo era mi padre. Un cinco-cinco clásico uruguayo. Mi viejo salió tres veces campeón con la selección de Canelones. Me impresionaba la fuerza y la garra que ponía en los partidos. Antes dejaban pegar más patadas. No había tantas tarjetas como ahora y eso me gustaba más. En las Ligas del interior de Uruguay siempre se ha jugado fuerte. Pero con lealtad".

"El fútbol no tiene nada que ver con la guerra pero yo el fútbol lo vivo como una batalla deportiva", agrega. "Nada más. Lo vivo a muerte y siempre quiero ganar. Pero no me gusta la guerra. Yo en mi casa soy una persona tranquila. Luego en el campo me transformo, pero siempre con buena intención ¿no?". Pablo García no vio el fútbol ni como una guerra ni como un motivo cinematográfico. Esta gira del Madrid, como la promoción de una película muy costosa, es algo que lo tiene suspenso: "La verdad que no me esperaba que el fútbol fuera esto. No me lo había imaginado".

Pablo García.REUTERS

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