Tribuna:DESDE MI SILLÓN

El público

Corría un aire abrasador que se burlaba de la sombra de la acacia que yo había alcanzado como refugio. Miraba a los lados apartando el sudor de mi cara y sólo veía una llanura infinita salpicada con más acacias desperdigadas y algún que otro baobab caprichoso. Aquél podía ser cualquier punto del país donde estaba, no había gran diferencia con cualquier otro. Aquél era el auténtico sahel, el paisaje de tránsito entre el árido e infinito desierto del Sáhara y las verdes y húmedas selvas centroafricanas.

A mi lado, una familia freía una masa en un trozo de chapa doblado que h...

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Corría un aire abrasador que se burlaba de la sombra de la acacia que yo había alcanzado como refugio. Miraba a los lados apartando el sudor de mi cara y sólo veía una llanura infinita salpicada con más acacias desperdigadas y algún que otro baobab caprichoso. Aquél podía ser cualquier punto del país donde estaba, no había gran diferencia con cualquier otro. Aquél era el auténtico sahel, el paisaje de tránsito entre el árido e infinito desierto del Sáhara y las verdes y húmedas selvas centroafricanas.

A mi lado, una familia freía una masa en un trozo de chapa doblado que hacía las veces de sartén. Era su comida del día, me explicaron, y quién sabe si también de los días venideros. Al lado de su choza, colindante con La Carretera (sí, con mayúsculas, pues sólo había una), se había congregado una curiosa multitud.

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Ese día pasaba por allí el Tour de Burkina Faso y ellos no estaban dispuestos a perdérselo. Yo les expliqué como pude, señalando al reloj y haciendo círculos con el dedo, que todavía faltaba mucho para que los corredores llegasen, dos horas por lo menos. Ellos se reían (supongo que de mí), pero, cuando alguno me entendió y les explicó al resto lo que trataba de decir, lo hicieron aún más.

Resulta que llevaban allí desde el amanecer, pues sabían que ése era el día en el que la carrera pasaría. El saber a qué hora lo haría era a todas luces intrascendente. Si se plantaban allí al amanecer y esperaban hasta el anochecer, no cabía duda de que iban a conseguir ver a los ciclistas. Y en ese momento comprendí la lección que me estaban dando aquellos burkineses: me estaban enseñando la esencia de lo que denominamos "el público".

Ayer me vino este recuerdo cuando veía los kilómetros finales de la etapa. Gente y más gente. Recordaba la etapa que ganó Óscar Freire en Alemania en el Tour de 2002. Más gente aún. Recordaba la sensación que te recorre el cuerpo cuando asciendes uno de los colosos del Tour con la gente apartándose para abrirte camino. O recordaba las imágenes de la contrarreloj de anteayer, sin un sólo metro del recorrido sin gente (el público tenía cortado el acceso al puente, aclaro).

Gente, más gente, público que todo lo llena. El respetable, como dicen los toreros. He aquí la diferencia entre el Tour y todo lo demás, uno de los argumentos que demuestran por qué el Tour es el Tour. El ciclismo está en crisis, la gente se acerca cada vez menos a las cunetas, nadie se cree nada, el ciclismo no convence, este maravilloso deporte se va convirtiendo en un refugio de incondicionales.

El pesimismo avanza, pero, viendo la televisión en las tardes del mes de julio, uno piensa que siempre nos quedará el Tour.

Pedro Horrillo es ciclista del equipo Rabobank.

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