Ratas en el laboratorio

Exceptuando dos casos en los que las manipulaciones y las falsificaciones se hacían los fines de semana en laboratorios legales, los laboratorios desmantelados por la policía en Cataluña, Cantabria y Álava estaban ubicados en sótanos, cocinas o garajes. Instalaciones discretas, muy bien equipadas, pero, utilizando la terminología de algunos miembros de la investigación, "cutres". "No había el menor control sanitario", explican fuentes policiales. "Llenaban las ampollas a ojo, y así también dosificaban el polvo para las cápsulas o los comprimidos. Y hasta que nuestro laboratorio no lo analice t...

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Exceptuando dos casos en los que las manipulaciones y las falsificaciones se hacían los fines de semana en laboratorios legales, los laboratorios desmantelados por la policía en Cataluña, Cantabria y Álava estaban ubicados en sótanos, cocinas o garajes. Instalaciones discretas, muy bien equipadas, pero, utilizando la terminología de algunos miembros de la investigación, "cutres". "No había el menor control sanitario", explican fuentes policiales. "Llenaban las ampollas a ojo, y así también dosificaban el polvo para las cápsulas o los comprimidos. Y hasta que nuestro laboratorio no lo analice todo, lo que puede llevarnos meses dada la ingente cantidad de productos incautados, no podremos saber si lo que vendían como testosterona, EPO u hormona del crecimiento era en realidad lo que decían o aceite de cacahuete, agua destilada o bicarbonato prensado. O productos más peligrosos", señalan.

Si peligrosos para la salud son los anabolizantes, que producen tumores, aceleran cánceres, provocan problemas cardiacos, o la hormona del crecimiento, cuyo consumo genera acromegalia -crecimiento desmesurado de las extremidades y de la mandíbula, lo que hace que muchos deportistas necesiten aparatos dentarios y que a veces no puedan comer sólido-, más peligroso es consumir esos productos fabricados sin garantías sanitarias.

"Uno de los laboratorios tenía contratada a una farmacéutica, pero era una tapadera para conseguir una licencia. De hecho, y nos consta, la farmacéutica era totalmente ajena al tinglado, no se enteraba de nada", explican fuentes de la investigación, "pero el resto de personal que intervenía en la elaboración no tenía titulación, ni siquiera la necesitaban".

Las condiciones "cutres" e insalubres de los laboratorios llegaban al nivel de que en uno de los desmantelados, mientras la emblistadora trabajaba a toda máquina, a razón de 10.000 cápsulas cada 90 minutos, dos ratas paseaban tranquilamente junto a la tolva donde el polvo esperaba ser convertido en pastillas. Y ahí al lado o encima hacían sus necesidades, ahí comían las ratas del laboratorio.

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