FÚTBOL | El Barça conquista su 17º título de Liga

Oremos

Ahí queda eso. Nos lo merecemos. No porque haga seis años que estamos a dos velas. No para compensar el sobresalto permanente del tripartito (fuentes bien informadas aseguran que en Cataluña hemos pasado de El padrino a los Hermanos Marx).

Ni siquiera porque hayamos sido capaces de superar una epidemia de lesiones en todo semejante a una plaga bíblica. No: nos lo merecemos porque hemos sido, de lejos, el mejor equipo. Esto puede parecer una perogrullada (después de todo el fútbol, al menos en este punto, es un deporte justísimo: quien gana la Liga es sin la menor duda el mejor eq...

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Ahí queda eso. Nos lo merecemos. No porque haga seis años que estamos a dos velas. No para compensar el sobresalto permanente del tripartito (fuentes bien informadas aseguran que en Cataluña hemos pasado de El padrino a los Hermanos Marx).

Ni siquiera porque hayamos sido capaces de superar una epidemia de lesiones en todo semejante a una plaga bíblica. No: nos lo merecemos porque hemos sido, de lejos, el mejor equipo. Esto puede parecer una perogrullada (después de todo el fútbol, al menos en este punto, es un deporte justísimo: quien gana la Liga es sin la menor duda el mejor equipo del año); lo parece, pero no lo es. Tener un buen equipo no es lo mismo que poner a jugar juntos a un puñado de buenos jugadores; tener un buen equipo es conseguir que un puñado de buenos jugadores jueguen mucho mejor de lo que jugarían en cualquier otra parte y que encima jueguen para el equipo. No me refiero, por supuesto, a Ronaldinho, que nos ha hecho ver cosas que no veíamos en Can Barça desde que se marchó Romario (miento: lo que hace Ronaldinho no lo hace nadie, ni siquiera Romario, y a eso exactamente se le llama ser un genio). Tampoco me refiero a Puyol, que a estas alturas ya nadie dudará de que es el mejor central de Europa. Me refiero, por ejemplo, a Eto'o, de quien todo el mundo sospechaba que no era más que un típico buen delantero centro de un equipo mediocre, incapaz por tanto de triunfar en el Barça, y que ha demostrado con creces que las sospechas de todo el mundo eran infundadas. O, todavía más, a Deco, por quien los propios portugueses no daban un duro y que, de repente, va y hace de todo (cortar balones, distribuir juego, chutar a puerta) y todo lo hace bien. ¿Y qué decir de Márquez, de Gio, de Belletti, de Xavi o del inmenso Oleguer, siempre en su sitio? ¿Han visto alguna vez al tal Damià, un hombretón de aire torpísimo que en cuanto sale al campo cierra la banda derecha, la corre, centra, chuta y de milagro no hace el espagat? Eso es un equipo, y lo demás son ganas de perder el tiempo. Ahora bien, ¿quién es capaz de organizar un equipo así? ¿Frank Rikjaard? Puede ser. Los sabios, sin embargo -empezando por Sergi Pàmies-, aseguran que detrás de todo esto anda la mano arcangélica de Johan Cruyff; los hinchas de a pie sospechamos que los sabios tienen razón y que nadie más puede estar detrás de todo esto. Si es así, entonces hay que tratar de refrenar la euforia: Dios mío, ¿cuántos momentos de gloria como éste nos esperan? ¿Cuántas Ligas consecutivas? ¿Cuántas Copas de Europa? Insisto, queridos hermanos míos en el Barça: es el momento de refrenar la euforia, de serenar los ánimos, de disfrutar sólo del presente. Recuerden que hoy es el día del señor. No suelten la imaginación: a estas alturas del partido no nos convienen las emociones fuertes. Limítense a cantar conmigo: "¡Barça, Barça, Barça!"

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