Reportaje:

Los últimos neveros

Dos investigadores impulsan en Jaén una ruta en torno a los antiguos pozos para el comercio de la nieve

Con casi 80 años, Miguel Martínez Castro, apodado El Canastero, fue quizá el último nevero de Sierra Mágina (Jaén). Desde niño y hasta casi su jubilación su vida ha girado en torno al acopio de la nieve, que utilizaba como autoabastecimiento para su negocio, una heladería que regentaba en la pequeña localidad de Torres. La tradición familiar de Miguel se quebró con la llegada de la luz y las fábricas de hielo, aunque ha dejado como herencia un rico patrimonio cultural y etnográfico compuesto por pozos de nieve, simas y ventisqueros que hasta bien entrado el último siglo constituyeron un...

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Con casi 80 años, Miguel Martínez Castro, apodado El Canastero, fue quizá el último nevero de Sierra Mágina (Jaén). Desde niño y hasta casi su jubilación su vida ha girado en torno al acopio de la nieve, que utilizaba como autoabastecimiento para su negocio, una heladería que regentaba en la pequeña localidad de Torres. La tradición familiar de Miguel se quebró con la llegada de la luz y las fábricas de hielo, aunque ha dejado como herencia un rico patrimonio cultural y etnográfico compuesto por pozos de nieve, simas y ventisqueros que hasta bien entrado el último siglo constituyeron una importante actividad económica en muchos pueblos de las serranías de Jaén, además de utilizarse en muchos hospitales.

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Todo ese legado ha sido recuperado ahora por Juan Antonio López Cordero y Jorge González Cano, que dirigen el Colectivo de Investigación de Sierra Mágina (CISMA) y que han sacado a la luz pública cerca de un centenar de vestigios vinculados al comercio de la nieve en Jaén. Tanto es así que su trabajo, que ha recibido el premio Cronista Cazabán del Instituto de Estudios Giennenses de la Diputación Provincial, va a servir para el proyecto que la Delegación de Cultura y la Asociación de Desarrollo Rural de Sierra Mágina impulsan para crear una ruta de pozos de nieve en esta comarca.

Las abundantes nevadas de épocas pasadas llevó a la proliferación de pozos y creó una cultura específica en torno a la nieve. Las elevadas cumbres de las sierras permitieron el acopio de nieve y el comercio de la misma por el Alto Guadalquivir, incluida gran parte de la provincia de Córdoba. Los pozos solían ser circulares, entre los tres y los 17 metros de diámetro y varios metros de profundidad. Se ubicaban en las laderas orientadas al norte o en lugares umbríos. La mayoría no disponían de cubierta debido a su altitud, por lo que solían aterrarse para conservar mejor la nieve. El único pozo cubierto es el de la Fresnadilla, en Siles, el mejor conservado de todos.

La nieve también se almacenaba en simas o ventisqueros, aprovechando estos lugares naturales. Jorge González explica que el acopio lo realizaban cuadrillas de neveros. Cuando el pozo estaba lleno lo cubrían con ramas de aulaga o de bálago, que actuaban como aislantes, y se aterraba, para aislarlo frente a las lluvias de primavera y permitir que se conservara hasta el verano, cuando se abrían los pozos y se extraía el hielo, que se transportaba a las poblaciones por dificultosos senderos, de noche o madrugada para evitar el calor, con recuas de burros o mulos.

"Era un trabajo arduo que duraba varios días, por lo que solía existir cerca del lugar un refugio para trabajadores y caballerías", apunta Jorge González, que añade que a partir de 1920, con la generalización de la electricidad y la aparición de máquinas de hielo artificial, se abandonó en la práctica este comercio, aunque en algunos pueblos de Sierra Mágina familias de neveros continuaron alimentando las garrafas de helado con nieve de la sierra hasta cerca de 1960.

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