Columna

Chupi

El célebre político a la par que originalísimo pensador don Pascual Maragall declaró hace unos días (también es un exuberante declarador) que va a pedir el ingreso de Cataluña en la francofonía. Lo cual, por si no lo saben, es una unión de Estados francófonos que consta de 53 países. Hay que ver lo maravillosa que es la vida moderna: verdaderamente, hoy en día uno puede hacer casi cualquier cosa. Fíjense en los transexuales, por ejemplo: con unas cuantas operaciones quirúrgicas, ciertas prótesis y un puñado de hormonas, incluso pueden cambiar de sexo y pasar de ser hombre a mujer o viceversa, ...

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El célebre político a la par que originalísimo pensador don Pascual Maragall declaró hace unos días (también es un exuberante declarador) que va a pedir el ingreso de Cataluña en la francofonía. Lo cual, por si no lo saben, es una unión de Estados francófonos que consta de 53 países. Hay que ver lo maravillosa que es la vida moderna: verdaderamente, hoy en día uno puede hacer casi cualquier cosa. Fíjense en los transexuales, por ejemplo: con unas cuantas operaciones quirúrgicas, ciertas prótesis y un puñado de hormonas, incluso pueden cambiar de sexo y pasar de ser hombre a mujer o viceversa, una transmutación descomunal. Pues bien, con lo de Maragall ocurre lo mismo: unas cuantas ortopedias políticas y, hala, Cataluña se traviste con la francofonía.

¡Y la libertad que eso nos da a todos! Desde luego es una idea maravillosa. Por ejemplo, yo he tenido desde muy pequeñita una debilidad así como anglófila, porque me enamoré de los Beatles a los 12 años y también amé y amo a Rudyard Kipling, Virginia Wolf, George Eliot, Dickens, Thackeray, Jane Austin, Julian Barnes, Martin Amis, Graham Green y montones de escritores más, lo cual creo que, en conjunto, me da suficiente raigambre cultural anglosajona como para pedir, con toda justicia y merecimiento, mi ingreso inmediato en la Commonwealth. ¡Qué chupi! Por no mencionar las ventajas subsidiarias que el asunto tiene, porque mi vecina del cuarto B, que es medio mística, quiere hacerse tibetana; y el del quiosco de los periódicos, que es un broncas, está dudando entre ser árabe o judío. En cuanto a mi hermano y mi cuñada, creo que quieren transmutarse en polinesios (estuvieron por allí de vacaciones y les encantó). Qué profunda inteligencia encierra la medida de Maragall: si todos y cada uno de los españoles nos travestimos de repente a idiomas y ciudadanías distintas, cada casa de vecindad será como la ONU, y así acabaremos de una vez por todas con ese nacionalismo empequeñecedor, retrógrado y patriochiquero que tantas penas y guerras ha causado en el mundo. ¡Que cada cual escoja ser lo que quiera y Santas Pascuas! Certainly it is a very bright idea. Y si no me entienden lo lamento mucho, pero ya les avisé de que yo me he pedido ser británica.

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