Columna

El pisito

¿Cuándo empieza la vida?, dice un chiste judío. Para un católico la vida comienza en el momento de la formación del embrión. Para un protestante, cuando el niño nace. Para un judío la vida empieza verdaderamente cuando los hijos se van de casa. Aquí en Nueva York, ciudad de arraigada comunidad judía, la vida empieza para los padres muy pronto, cuando los chicos tienen 17 y se marchan a un campus lejano, a vivir su primera experiencia de independencia. Es algo tan asumido que un joven no va a convivir con los padres, que hay quien dice que los progenitores curan la nostalgia del hijo haciendo p...

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¿Cuándo empieza la vida?, dice un chiste judío. Para un católico la vida comienza en el momento de la formación del embrión. Para un protestante, cuando el niño nace. Para un judío la vida empieza verdaderamente cuando los hijos se van de casa. Aquí en Nueva York, ciudad de arraigada comunidad judía, la vida empieza para los padres muy pronto, cuando los chicos tienen 17 y se marchan a un campus lejano, a vivir su primera experiencia de independencia. Es algo tan asumido que un joven no va a convivir con los padres, que hay quien dice que los progenitores curan la nostalgia del hijo haciendo planes sobre en qué emplearán la habitación del niño: el tallercito de bricolaje, la sala para ver la tele. Emociones de la clase media. En Manhattan el suelo es tan caro que esa aparente independencia de la gente joven, que comparte con felicidad piso en sus años de universidad, se convierte en una prolongación artificial de la juventud cuando los estudios se acaban, ya que en estos tiempos de capitalismo sin complejos, una persona que se lanza a una vida adulta no puede permitirse pagar un alquiler por su cuenta y gozar de la gozosa soledad o bien comenzar una vida compartida y plantearse tener un hijo; hacer, al fin y al cabo, lo que nosotros hicimos no hace tanto tiempo pero que es, sin duda, tan ajeno al presente que nos hemos convertido en marcianos, en testigos de una forma de ser joven que ha desaparecido, de un mundo en el que las mujeres podíamos tener los hijos a una edad razonable, y ser libres de verdad de ellos, como dice el chiste judío, a una edad razonable también (aunque de los hijos uno no está libre nunca).

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Los famosos pisos del Ministerio me parece que entran a formar parte de ese nuevo mundo que yo ni critico ni defiendo, pero al que me siento ajena, un nuevo mundo consistente en perpetuar la juventud, en que la independencia no es la que desea un adulto sino un sueño juvenil, el que tuvimos todos, una habitación pegada a otras habitaciones de otros individuos tan jóvenes como tú, jóvenes generalmente subvencionados a distancia por los padres, jóvenes malpagados que pospondrán las grandes decisiones de la vida 20 años más. Y alguien debería decir que la juventud no es el mejor momento de la vida.

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