Columna

Retrete global

¿De verdad usted cree que todos esos seres que se sientan delante de un ordenador están trabajando, cree que esa cara de atención con la que empleados de banca, funcionarios, periodistas, secretarias, escritores, estudiantes, investigadores miran a la pantalla es porque están concentrados en labores profesionales? ¿Se lo cree? Usted debe ser el único individuo inocente que queda sobre la tierra. Felicidades. Usted no sabe que todo ser a un ordenador pegado emplea una parte no desdeñable de su jornada en disfrutar de los chistecitos que les mandan sus amigos y en reenviar esos mensajes a otros ...

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¿De verdad usted cree que todos esos seres que se sientan delante de un ordenador están trabajando, cree que esa cara de atención con la que empleados de banca, funcionarios, periodistas, secretarias, escritores, estudiantes, investigadores miran a la pantalla es porque están concentrados en labores profesionales? ¿Se lo cree? Usted debe ser el único individuo inocente que queda sobre la tierra. Felicidades. Usted no sabe que todo ser a un ordenador pegado emplea una parte no desdeñable de su jornada en disfrutar de los chistecitos que les mandan sus amigos y en reenviar esos mensajes a otros tantos. ¿Usted no sabe que formamos parte de la gran cadena humana de la gilipollez?, ¿usted no sabe que hartos de tanta corrección política, de no poder hacer chistes casi con nada, hemos vuelto a aquella tradición tan liberadora de la frase ordinaria escrita en el váter? Como las ciencias avanzan que es una barbaridad, no necesitamos boli o navaja, ahora nos basta con abrir el correo electrónico. En estos tiempos en los que hay que medir cada cosa que se dice, en los que los buenos nunca fuman en las películas, que en Estados Unidos se prohíbe en los libros de texto hacer referencia a que a los negros se les dan bien los deportes o la música, porque se considera un comentario racista, o que en los anuncios publicitarios españoles hay que tener cuidado con hacer cualquier chiste de paletos, Internet se ha convertido en ese gran váter global, el retrete de la escuela, del bar de carretera, en el que leemos y escribimos aquello que no se nos está permitido decir ni delante de nuestros amigos: nos reímos con el vídeo de un burro empalmado que quiere beneficiarse a un pastor (un prodigio), nos reímos con perritos caniches que se despeñan por las ventanas, con fotos de una chica desnuda judía que tiene en el pelo del pubis los típicos ricillos a los lados que lucen los hombres ortodoxos, fotomontajes amorosos de Bin Laden y Bush, tarjetas de despedida del Papa. No llego a saber muy bien quién se encarga de rodar o fotografiar esas escenas, de dónde salen esos cerebros desocupados, con una imaginación tan gamberra, tan retorcida, pero nos han hecho volver al mítico "Aquí, en este váter, uno de Torrelodones se puso burro". Ordinario, sí, pero alguna razón tendremos para necesitar esta vía de escape.

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