Columna

Derecha cabreada

Todo proceso electoral democrático se descompone en dos fases. Una primera, la campaña electoral, que es un momento centrífugo, de división y confrontación, en el que cada uno de los ciudadanos integrantes del cuerpo electoral se ve bombardeado por mensajes puestos en circulación por los diferentes partidos que compiten, por lo general, en términos extraordinariamente agresivos. Otra segunda, el momento de la votación, que es un momento centrípeto, de unidad y reconciliación, en el que el cuerpo electoral decide quién va a ocupar el Gobierno y quién va a ir a la oposición.

En la primera...

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Todo proceso electoral democrático se descompone en dos fases. Una primera, la campaña electoral, que es un momento centrífugo, de división y confrontación, en el que cada uno de los ciudadanos integrantes del cuerpo electoral se ve bombardeado por mensajes puestos en circulación por los diferentes partidos que compiten, por lo general, en términos extraordinariamente agresivos. Otra segunda, el momento de la votación, que es un momento centrípeto, de unidad y reconciliación, en el que el cuerpo electoral decide quién va a ocupar el Gobierno y quién va a ir a la oposición.

En la primera fase los sujetos activos de la misma son los partidos políticos y los sujetos pasivos los ciudadanos, cada ciudadano individualmente considerado, que es el que tiene que ejercer su derecho de sufragio en la jornada electoral. En la segunda fase el sujeto activo es el cuerpo electoral. No cada ciudadano individualmente considerado, sino todos juntos constituidos en cuerpo electoral. El derecho de sufragio lo ejercen millones de ciudadanos, pero quien se pronuncia es un cuerpo electoral único que es el que constituye la voluntad general. En el ejercicio del derecho de sufragio cada ciudadano pasa a ser una fracción anónima de un cuerpo electoral único que constituye la voluntad general. En esta cancelación momentánea de la individualidad personal en el acto de votación, para que se pueda constituir la voluntad general, es en la que descansa la posibilidad misma de la democracia como forma política. Por eso, el momento final del proceso electoral, el momento de la votación, es un momento centrípeto, de unidad y reconciliación. Han votado millones de ciudadanos diferentes, pero la decisión es de un cuerpo electoral único que pronuncia una sentencia firme, únicamente revisable por él mismo en la siguiente consulta electoral. El momento de la votación es el momento de la unidad, el momento en el que se hace visible que, aunque nos hayamos enfrentado en la campaña electoral, formamos parte de un sistema político único, cuyas premisas están por encima de toda discusión.

Ni siquiera tras el resultado de las últimas elecciones autonómicas, el PP parece dispuesto a rectificar

Es de suma importancia que estas dos fases se acoplen. En la campaña electoral, como en toda competición, tienen que respetarse las reglas del juego, pero hay que hacer todo lo posible para ganar. Pero una vez que el cuerpo electoral ha tomado la decisión, su sentencia tiene que ser no solamente acatada, sino aceptada internamente. En la sentencia dictada por el cuerpo electoral lo que es es siempre lo que debe ser. Por muy en desacuerdo que se esté con el resultado electoral, nada se puede hacer contra él, excepto intentar revertirlo en las próximas elecciones.

Cuando esto no ocurre, la vida política se encanalla inexorablemente. La democracia descansa en que el enfrentamiento político es arbitrado periódicamente por el cuerpo electoral mediante el ejercicio individualizado del derecho de sufragio de todos los ciudadanos que lo constituyen. Si se pone en cuestión ese arbitraje, si no se acepta la decisión adoptada por el árbitro, que es única, aunque sea compleja, la vida política se convierte en un enfrentamiento sin reglas, en el que vale todo. Los actores políticos se pierden el respeto, deja de haber un debate de naturaleza política, que es sustituido por un intercambio de insultos.

En esas estamos en España y en Andalucía desde el 14-M. El PP sigue sin haber aceptado la doble decisión del cuerpo electoral de ese día. Y de ahí que haya puesto en marcha casi desde ese mismo día una campaña de deslegitimación de aquel resultado electoral, que ha culminado por el momento con el vídeo de FAES presentado en sociedad esta misma semana. "Ha sido la explosión de la derecha cabreada... Representa la parte de España que sigue sin aceptar la derrota electoral. Tiene una intención nada oculta de deslegitimar las urnas, cuando habla de una acción terrorista programada para cambiar de manos el poder" (Fernando Ónega. La Vanguardia. Sábado 2 de abril). "El problema no es que el vídeo Tras la masacre sea un insulto a la inteligencia, que lo es. El verdadero drama sería que los dirigentes populares creyeran que lo que cuentan esos 14 minutos de cinta es verdad. Dios quiera que no. Si así fuera, estamos perdidos. Si alguien en el PP cree que de alguna manera Zapatero estuvo detrás del 11-M, entonces debe llevar al presidente del Gobierno ante el Tribunal Penal Internacional por delitos contra la Humanidad" (Lucía Méndez. El Mundo. Sábado 2 de abril).

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A partir de aquí, no hay más salida que la falta de respeto personal y la agresión que hace imposible cualquier tipo de debate. De ahí la catarata de insultos que el presidente del PP ha dirigido al Gobierno y al presidente Zapatero, a quienes ha calificado de "dictatoriales", "grotescos" y practicantes de "un sectarismo de sonrisa boba", entre otras cosas. No recuerdo ningún momento desde la transición, ni siquiera en la legislatura del 93 al 96, en que se haya insultado a un presidente del Gobierno de manera tan sistemática como lo está siendo José Luis Rodríguez Zapatero.

En Andalucía sí hemos tenido experiencias en este sentido. El presidente de la Junta de Andalucía ha disfrutado del raro privilegio de ser el político más insultado de todo el sistema político español, posiblemente porque su resurrección tras haber sido dado por muerto en la legislatura de la pinza del 94 al 96 no ha sido digerida todavía por el PP andaluz. Ni siquiera tras los resultados de las últimas elecciones autonómicas, después de las dos legislaturas de Gobierno del PP, parece que los dirigentes populares andaluces estén dispuestos a rectificar, como hemos tenido ocasión de ver a propósito de la tramitación parlamentaria de las medidas de "impulso democrático". De "derecha cabreada" sabemos mucho en Andalucía. Mucho antes del vídeo de FAES.

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