Crítica:

El juglar de la alegre Inglaterra

Hay cosas en el mundo literario que sólo se las puede permitir Chesterton; es más: hay cosas que nosotros, los lectores, sólo se las permitimos a Chesterton. Entre ellas, escribir novelas que no son novelas, sino parábolas; escribir biografías que se preocupan poco de lo biográfico y mucho de lo hagiográfico: o escribir un libro de historia sobre un gran país moderno para explicar cuánto ha perdido al dejar de ser medieval. Monumental y jocoso, Chesterton convierte en inesperadas virtudes todo lo que en otros autores estamos convencidos de que son vicios. Es de los pocos a quienes toleramos qu...

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Hay cosas en el mundo literario que sólo se las puede permitir Chesterton; es más: hay cosas que nosotros, los lectores, sólo se las permitimos a Chesterton. Entre ellas, escribir novelas que no son novelas, sino parábolas; escribir biografías que se preocupan poco de lo biográfico y mucho de lo hagiográfico: o escribir un libro de historia sobre un gran país moderno para explicar cuánto ha perdido al dejar de ser medieval. Monumental y jocoso, Chesterton convierte en inesperadas virtudes todo lo que en otros autores estamos convencidos de que son vicios. Es de los pocos a quienes toleramos que no se parezcan a nuestros ideales. No hay escritor más conservador -en muchos casos, desenfadadamente reaccionario- que disfrute de mayor aprecio entre lectores anticonformistas o incluso entre aspirantes a revolucionarios. Y acaso no es ésta la menor paradoja de quien la practicó como (casi) único método epistemológico...

BREVE HISTORIA DE INGLATERRA

G. K. Chesterton

Traducción de Miguel Temprano

Acantilado. Barcelona, 2005

250 páginas. 15 euros

Sin duda, Chesterton no fue gran poeta, ni gran novelista, ni gran ensayista (aunque como articulista resulta literalmente incomparable). ¿Por qué, entonces, sigue siendo importante para nosotros, quienes le leemos sin compartir gran parte de sus belicosas convicciones? Sencillamente, porque es la demostración viviente y king size -nunca mejor dicho- del peso del encanto en la literatura. Cuanto escribió está tocado por una combinación irresistible de arrobo y picardía que nos pone de su lado, queramos o no, mientras estamos en su compañía. Siempre cerramos sus libros con una sonrisa y un suspiro de satisfacción: hemos hecho ejercicios espirituales y eso es, a fin de cuentas, lo que significa en la más noble de sus acepciones el verbo "leer".

Su Breve historia de Inglate

rra, ofrecida ahora en nueva traducción y con notas aclaratorias según el buen hacer habitual de Acantilado, es una auténtica joya de ese inconfundible -y no del todo definible- encanto chestertoniano. Hay en todo el libro una especie de júbilo goliardesco que enlaza perfectamente con el espíritu de esa Merry England cuya leyenda defiende a capa y espada. Lo cual no le impide ofrecer síntesis críticas tan clarividentes como pueda serlo cualquier enorme generalización: "La historia de Inglaterra podría resumirse de manera sucinta afirmando que, de los tres términos del lema francés 'libertad, igualdad y fraternidad', los ingleses han amado sinceramente el primero y perdido en cambio los otros dos". El propósito de Chesterton es mostrar la importancia radical del cristianismo en la vertebración civilizada del país: la decadencia de su influencia comporta también la decadencia moderna de lo que en él hubo de más popular y sano. Por supuesto, su versión del cristianismo originario no es precisamente conservadora: "El punto crucial de la revolución cristiana se basaba en sostener que el buen gobierno era tan nefasto como el malo (...

). Promulgó una especie de gobierno eterno en torno a una rebelión eterna". De aquí que su reivindicación democrática del medioevo frente a las modernidades parlamentarias consolidadas después no tenga nada que ver con la nostalgia por los señores de horca y cuchillo sino todo lo contrario: "En los países constitucionales modernos no hay prácticamente ninguna institución política surgida así del pueblo: todas son otorgadas al pueblo. Sólo una cosa perdura entre nosotros, atenuada y amenazada, pero todavía con cierto poder, como un fantasma de la Edad Media: los sindicatos". ¡Vaya con el reaccionario!

Supongo que bastantes historiadores académicos se escandalizarán ante esta obrita. Su autor no pretende ser exacto, sino sugestivo. Brinda cauce desvergonzado a sus filias (Irlanda y Francia) así como a sus fobias (¡Alemania!), a sus prejuicios menos racionales y también a sus juicios a veces muy bien razonados. Exige lectores cómplices, pero ésos tienen la fiesta garantizada...

El escritor Gilbert Keith Chesterton (1874-1936).

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