Crítica:

El vigor de Cossío

Transcurridos ya, en enero, veinticinco años de la muerte de Pancho Cossío, su figura no ha dejado de acrecentarse en el balance retrospectivo del arte de su tiempo, hasta situarlo, en justicia, entre los talentos más singulares e intensos de la plástica española del siglo XX. Algo que se deja intuir en sus tempranas tentativas ultraístas y que se hace incontestable, en la segunda mitad de los veinte, con la obra de París, como referente principal, junto con Bores, del círculo de jóvenes creadores defendidos por Tériade y Zervós desde las páginas de Cahiers d'Art. Pero aun así, el Cossí...

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Transcurridos ya, en enero, veinticinco años de la muerte de Pancho Cossío, su figura no ha dejado de acrecentarse en el balance retrospectivo del arte de su tiempo, hasta situarlo, en justicia, entre los talentos más singulares e intensos de la plástica española del siglo XX. Algo que se deja intuir en sus tempranas tentativas ultraístas y que se hace incontestable, en la segunda mitad de los veinte, con la obra de París, como referente principal, junto con Bores, del círculo de jóvenes creadores defendidos por Tériade y Zervós desde las páginas de Cahiers d'Art. Pero aun así, el Cossío mejor alcanza su verdadera y definitiva plenitud en la etapa de posguerra, en la pintura formulada a partir de esa intempestiva evolución personal que entreteje, a contracorriente de los tópicos dominantes en ese momento, una enigmática y fluida síntesis entre el impulso radical de la vanguardia y los referentes vertebrales de la tradición.

PANCHO COSSÍO

Galería Leandro Navarro

Amor de Dios, 1. Madrid

Hasta el 29 de abril

De todo ello da buena cuenta la obra reunida en esta excelente exposición. De hecho, no resulta fácil ver hoy en una galería una selección de trabajos de Cossío que abarque, en tal medida, los momentos e inflexiones fundamentales en la producción del maestro cántabro. De entrada hay cuatro telas de su etapa de anteguerra en París, con un célebre bodegón de 1928 y tres de las marinas del bienio 1929-1930, justo el ciclo donde aflora esa dinámica de ritmos curvos que prefigura ya su sintaxis de madurez. Marinas, además, inéditas hasta ahora en las revisiones póstumas de ese periodo, y de las cuales dos se conocían por reproducciones de época en Cahiers d'Art. Con alguna tela notable de los cincuenta -el estupendo Fondo de mar, rayano en la abstracción, de 1954-, el grueso de la selección remite a la última década de su trayectoria. De ella ofrece testimonios de altura de las tres vertientes básicas en el Cossío de plenitud, las del retrato, las marinas y las naturalezas muertas, con piezas magistrales como el Bodegón oscuro y el Bodegón con fichas de dominó, ambos de 1963, o el Bodegón con botellas de 1964. Y entre lo mejor de la muestra se sitúa un exquisito conjunto de gouaches que da fe de la excelencia incomparable que alcanzó en ese medio.

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