Crítica:

Pintor lunar

Casi 30 años después de su exposición individual en la galería Aele, Fernando de Szyszlo comparece de nuevo en Madrid con una muestra de cuadros que aunque muy recientes no lo parecen, dada la fidelidad que todos ellos mantienen con las líneas maestras que desde hace décadas definen el trabajo artístico de este gran pintor peruano. A mí esta continuidad no me sorprende sin embargo, por cuanto Szyszlo es el ejemplo clásico del pintor que aclara tempranamente las características y la orientación fundamental de su obra y pasa el resto de la vida insistiendo en ella, multiplicándola y perfeccionán...

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Casi 30 años después de su exposición individual en la galería Aele, Fernando de Szyszlo comparece de nuevo en Madrid con una muestra de cuadros que aunque muy recientes no lo parecen, dada la fidelidad que todos ellos mantienen con las líneas maestras que desde hace décadas definen el trabajo artístico de este gran pintor peruano. A mí esta continuidad no me sorprende sin embargo, por cuanto Szyszlo es el ejemplo clásico del pintor que aclara tempranamente las características y la orientación fundamental de su obra y pasa el resto de la vida insistiendo en ella, multiplicándola y perfeccionándola, convencido de tener entre las manos un filón prodigioso e inagotable que no vale la pena dilapidar por seguir tras alguna de las tentaciones de la moda. ¡Y vaya que ha habido modas en los últimos 50 años!

SZYSZLO

Galería Kreisler

Hermosilla, 8. Madrid

Hasta el 29 de marzo

La pintura de Szyszlo no es ni abstracta ni figurativa porque en vez de encasillarse en alguno de esos dos extremos ha preferido moverse fluidamente en el territorio abierto entre ambos, cuyas incertidumbres y posibilidades él ha sabido explorar con la intuición de un zahorí. Y con resultados habitualmente cargados de un magnetismo enigmático. Hay cuadros en esta exposición como Cuarto en Auvers (2001) o Ceremonia (2004) que componen auténticas escenas en las que uno se siente tentado a descubrir en la penumbra que las domina situaciones, personajes, argumentos. Y hay otros en los que por el contrario las formas y los motivos abstractos se afirman tan rotundamente en su intransigente solipsismo, que sus títulos quedan reducidos a un papel meramente alusivo, por ejemplo, en Trashumantes o en Paracas, ambos de 2004.

Quizá sea más apropiado calificar de nocturna la pintura de Szyszlo para mejor subrayar su preferencia por los espacios oníricos y la paradójica iluminación lunar y sus sutiles afinidades con la pintura de Rufino Tamayo, el otro gran pintor nocturno. E igualmente para destacar el contraste de sus cuadros con la pintura sideral del chileno Roberto Matta, la submarina del colombiano Alejandro Obregón y la restallante pintura solar del venezolano Armando Reverón, todos ellos parte del círculo imantado del lirismo latinoamericano al que Szyszlo pertenece por derecho.

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