Columna

'Pariserías'

Volviendo el otro día de Pozuelo de Alarcón pensé en lo poco explotada que está la conexión Madrid-París. No ferroviaria ni aéreamente, sino artísticamente. Con la cantidad de franceses, pintores, músicos, literatos, que han peregrinado hasta nuestra ciudad -muchos, por el señuelo del Museo del Prado-, y con el atractivo de ciudad-turística, ciudad-refugio y ciudad-luz que París nunca ha perdido para los viajeros, exiliados o simplemente deslumbrados ciudadanos madrileños. (Antes de seguir el trayecto, explico mi parada o estación en Pozuelo: allí se están celebrando unas jornadas de co...

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Volviendo el otro día de Pozuelo de Alarcón pensé en lo poco explotada que está la conexión Madrid-París. No ferroviaria ni aéreamente, sino artísticamente. Con la cantidad de franceses, pintores, músicos, literatos, que han peregrinado hasta nuestra ciudad -muchos, por el señuelo del Museo del Prado-, y con el atractivo de ciudad-turística, ciudad-refugio y ciudad-luz que París nunca ha perdido para los viajeros, exiliados o simplemente deslumbrados ciudadanos madrileños. (Antes de seguir el trayecto, explico mi parada o estación en Pozuelo: allí se están celebrando unas jornadas de conferencias, proyecciones, exposiciones y conciertos en torno a París y la cultura gala, bajo el ocurrente título Pozuelo, capital cultural de Francia).

El cine madrileño ha hecho más de una vez el viaje a París; que yo recuerde ahora, Colomo, en el primer corto de su carrera, se divirtió En un París imaginario; Gómez Pereira retrataba muy bien en El amor perjudica seriamente la salud la ciudad de la Tour Eiffel, donde, a mitad de una cena oficial con el rey de España, Ana Belén reencontraba 30 años después al novio de su adolescencia, y ahora mismo sigue en cartel Entre vivir y soñar, la película de Albacete y Menkes que también utiliza París como marco romántico. En música y pintura, pasar por París, estudiando en su conservatorio o bebiendo en Montmartre la absenta de la bohemia, fue a lo largo de siglo XX una tarea educativa, y hubo, por ejemplo, más pintores madrileños en la llamada Escuela de París que en la Escuela de Vallecas. Pero yo querría hablar aquí un poco de las pariserías literarias.

El gracioso término de parisería se lo tomo a Unamuno, quien, en 1924, acabó en París su destierro canario dictado por el Gobierno del general Primo de Rivera; de Fuerteventura a París (tampoco está mal la conexión). Según el escritor bilbaíno, las juventudes artísticas de todo el mundo acuden a París en parisería, algo así como una romería en la que los postulantes a artista van buscando la Gloria y la Mujer, dos mayúsculas que la capital de Francia otorga, dice él, con idéntica liberalidad. Antes de que Unamuno acuñara la palabra, José Zorrilla salió de Madrid (año 1854) huyendo de una gloria que le amargaba, y encontró en París la dulzura de un amor que se hizo agrio. En su extraordinario libro de memorias Recuerdos del tiempo viejo, Zorrilla cuenta cómo, al dar por terminada, en razón del descalabro amoroso, su parisería, viajó al Nuevo Mundo, topándose también allí con la sombra de su mayor amargura: el Don Juan Tenorio, cuyo éxito no sólo se interpuso en la apreciación del resto de su obra teatral y poética, que el autor estimaba superior, sino que le cerró el camino sentimental, ya que todas las mujeres veían en él, exclusivamente, al creador del donjuán: "Las devotas y melindrosas me iban a tener por un monstruo de doblez, doctor graduado en la academia de seducción infernal de Satanás; las de abierto carácter y acomodaticia conciencia, iban a esperar de mí nubes de incienso, exhaladas de mi poesía en perpetuos y apasionados madrigales; las ardientes y apasionadas iban a tomarme por profesor de una nueva escuela de disolución, y por inventor de nuevos, poéticos y nunca sentidos placeres, y las románticas e idealistas iban a creer que me alimentaba con alones de silfos y pechugas de colibrís, condimentados con ámbar y ambrosía, rocío matinal y esencia de rosa de Constantinopla. Comprendí, pues, que en la práctica del amor el hombre iba necesariamente a desacreditar al poeta; que el poeta iba a llevarse al hombre por los países imaginarios del amor, y que ninguna mujer que creyera amarme iba a saber ella misma a quién en mí amaba, si al hombre o al poeta".

El recuento de pariseros en las letras españolas sería inacabable y no está, sin duda, acabado. Moratín, los Machado, Blasco Ibáñez, Vila-Matas. Gil de Biedma, en su poema París, postal del cielo, habla del Sena como "el río tantas veces soñado", pero a menudo, leyendo por ejemplo las novelas parisienses de Baroja, se advierte que el escritor va en parisería llevando el morral lleno del propio pasado; Unamuno mismo llamó al Sena "canal" en comparación con su ría del Nervión, y don Pío se acuerda de los nerviosos gorriones de Madrid al ver lo civilizados que son los del jardín de Luxemburgo. Hay otros parises imaginarios, pero están en éste. En nuestro ensueño.

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