Columna

Comunidad de tercera

El diputado del PP Ignacio Gil Lázaro pertenece a esa orla de políticos que pueden llegar a la edad jubilar sin haberse apeado del coche y cargo oficial. Ya ni recuerdo cuándo se inició en la vida pública, pero es posible que, joven aún, haya cumplido sus bodas de plata en el oficio y, de ser ésa su voluntad, aún le queda cuerda para rato. Tan sólo ha de observar una condición: dejarse ver apenas por Valencia y no involucrarse en los contenciosos comunitarios y partidarios. En Madrid estando, como comisionado parlamentario, está a salvo de las grescas que animan el cotarro en el ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El diputado del PP Ignacio Gil Lázaro pertenece a esa orla de políticos que pueden llegar a la edad jubilar sin haberse apeado del coche y cargo oficial. Ya ni recuerdo cuándo se inició en la vida pública, pero es posible que, joven aún, haya cumplido sus bodas de plata en el oficio y, de ser ésa su voluntad, aún le queda cuerda para rato. Tan sólo ha de observar una condición: dejarse ver apenas por Valencia y no involucrarse en los contenciosos comunitarios y partidarios. En Madrid estando, como comisionado parlamentario, está a salvo de las grescas que animan el cotarro en el cap i casal. Que se mire, si no, en el espejo de su cofrade, el consejero sin cartera Esteban González Pons, tan acreditado otrora en el Senado como aporreado por estos pagos.

La verdad es que el diputado en cuestión ha sido un modelo de discreción. Tanta que deben ser ya pocos los votantes que lo identifiquen como un producto de esta tierra, en la que, sin embargo, comparece en cada cita electoral. Y muchos fines de semana, como está mandado. Ha sido en uno de estos, imagino, cuando ha declarado a una publicación local que "para Zapatero, la valenciana es una comunidad de tercera". Una banalidad, como bien sabe, que sugiere un victimismo tan pasado de moda como infundado. Quien fuera su jefe, José María Aznar, hubiera reputado la frase de "discurso ratonil" o uno de esos "lloriqueos que se hacen en Valencia". En este caso, además, el reproche es injusto, pues el titular actual de La Moncloa no ha tenido tiempo todavía para demostrarnos su desamor.

Lo cual no quiere decir, ni digo, que el País Valenciano no tenga motivos para sentirse agraviado por episodios y decisiones de los gobiernos centrales, tan absurdas como aflictivas. Y no es cuestión de echar mano del memorial. Basta con recordar la morosidad con que se han abordado y abordan las comunicaciones, ya sea el corredor mediterráneo o el AVE, aplazado sine die. Incluso podría aducirse la cambiante y precaria propuesta de soluciones al más grave de los problemas que nos acechan: el déficit hídrico, un mal que no procede de Almansa, pero que nos alcanza a todos los valencianos sin excepción.

Sin embargo, y como al diputado que nos ocupa le consta, nuestra presunta tercería entre las preferencias del actual presidente del Gobierno, como de los anteriores, se debe en buena o en su mayor parte a nuestro propio e irrelevante peso político. Acentuado mucho más en estos momentos por la ruina económica que maniata la gestión de esta autonomía y el sembrado de monumentales fracasos que legó la etapa zaplanista: Terra Mítica, Ciudad de la Luz, Teatro de las Artes y las megalomanías que quedan en expectativa de financiación. Y eso sin subrayar la atonía política -sobre todo la falta de proyectos- que desprende el Consell presidido por Francisco Camps, azuzado por las deslumbrantes mediocridades personales -en el partido y en el Ejecutivo- que él mismo ha encumbrado. ¿También habría que imputarle estos achaques a Madrid?

En suma, que se nos tiene en lo que somos y que mejor nos iría si en vez de echarle el muerto a otros ejerciéramos más a menudo la autocrítica, práctica recomendada especialmente a la clase política propensa al narcisismo, cuando no a la necedad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En