IDA Y VUELTA

Sisa y Veracruz

Me dicen Sisa y pienso en San Francisco de Asís. En cierta ocasión, tras una severa juerga, Sisa se quedó dormido de pie en mi casa y su amigo Flavià le despertó para recitarle el modesto inicio de palíndromo que se me había ocurrido mientras él castigaba como un santo la pared de mi casa. El palíndromo empezaba así: "Sisa y Asís...". Faltaba el resto, pero Sisa pocos días después se encargó de completarlo vistiéndose de san Francisco en un lejano ya Día del Libro. Le vi por La Rambla, me pidió limosna y yo salí corriendo creyendo que era un fraile que se parecía a Sisa. De todo aquello hoy en...

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Me dicen Sisa y pienso en San Francisco de Asís. En cierta ocasión, tras una severa juerga, Sisa se quedó dormido de pie en mi casa y su amigo Flavià le despertó para recitarle el modesto inicio de palíndromo que se me había ocurrido mientras él castigaba como un santo la pared de mi casa. El palíndromo empezaba así: "Sisa y Asís...". Faltaba el resto, pero Sisa pocos días después se encargó de completarlo vistiéndose de san Francisco en un lejano ya Día del Libro. Le vi por La Rambla, me pidió limosna y yo salí corriendo creyendo que era un fraile que se parecía a Sisa. De todo aquello hoy en día sólo queda una placa que hice poner en esa pared de mi casa. Si en Cadaqués puede verse en el café Melitón una placa que dice: "Aquí jugaba al ajedrez el inolvidable Marcel Duchamp", entrando en mi modesto domicilio a mano derecha, hay una placa no menos modesta que dice: "Aquí durmió Sisa".

Doy gracias al santo de que hoy pueda escribir estas líneas, pues la semana pasada caí en una melancolía peligrosa. Tras escribir en estas mismas páginas mi artículo contra la celebración obsesiva de centenarios y aniversarios, caí deprimido y decidí acudir a un neurólogo amigo que, tras una exhaustiva visita médica, me dijo que no estaba demasiado enfermo, pero que debería reflexionar en torno a mi decisión de no hablar de aniversarios con números redondos. Había caído enfermo porque me había cerrado muchas posibilidades y temas a la hora de escribir. "Por ejemplo", me dijo, "estoy seguro de que te gustaría escribir sobre el treinta aniversario de la canción Qualsevol nit pot sortir el sol y no puedes hacerlo por estar en contra de estas efemérides. ¿No es así?". "Así es, Asís", le dije, y se notaba que todavía estaba un poco enfermo. Me recomendó que no hiciera tantos palíndromos y celebrara más aniversarios y vería lo pronto que se me pasaba la depresión. Y aquí estoy yo ahora celebrando ese 30º aniversario de esa canción que, acompañado de varios cantantes de diversos países, se escuchó en la ceremonia de clausura del Fòrum.

Entre esas versiones estaba la que, por encargo del cónsul y escritor Alatriste, llevó a cabo el escritor Jordi Soler, que adaptó el texto a la realidad mexicana pensando en el Fòrum de Monterrey. La interpretó Eugenia León. Si en el nombre del santo Asís está Sisa, en el de Jordi Soler hay un mexicano oculto. Jordi Soler es un escritor mexicano, del mismo modo que también lo es su hermano, Álvaro Enrigue, otro excelente escritor. No he sabido nunca muy bien cuál de los dos lleva el apellido falso. Tal vez ninguno y sus dos apellidos sean Enrigue Soler. A Álvaro, que vive en México, a veces le llaman Álvaro Enrique, porque el Enrigue se presta a errores. A Jordi Soler, que vive ahora en Barcelona, le creen siempre catalán. Este Jordi Soler acaba de publicar en Alfaguara un buen libro, Los rojos de ultramar, donde nos cuenta la historia real de su abuelo Arcadi, quien después de perder la guerra de España fundó con otros cuatro catalanes, en la selva de Veracruz, una plantación de café que bautizaron como La Portuguesa, donde nació el pequeño Jordi Soler y donde su abuelo con sus amigos catalanes planeó en plena selva un estrambótico atentado contra Franco. La novela cuenta la conmovedora y aguerrida historia del abuelo Arcadi, un personaje de leyenda del que Jordi Soler se vale para, en fascinante ejercicio narrativo, darle una vuelta de tuerca más a la historia de los otros catalanes del exilio, aquellos que no tenían pedigrí intelectual y tuvieron que trabajar a fondo para sobrevivir en la desolada oscuridad de las selvas de ultramar.

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