Editorial:

Arduas decisiones

Cumbres entre israelíes y palestinos en ambiente de forzado optimismo se han producido antes en numerosas ocasiones, para acabar poco tiempo después en frustración y renovado encarnizamiento por ambas partes. La de ayer en Egipto viene a certificar la defunción de la Intifada -que, vista en perspectiva, ha servido de muy poco a los palestinos- y señala la vuelta a una política de gestos relevantes. Sus protagonistas, Ariel Sharon y el presidente Mahmud Abbas, han anunciado su compromiso para detener cuatro años de confrontación armada que ha dejado más de cuatro mil cadáveres, la mayoría pales...

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Cumbres entre israelíes y palestinos en ambiente de forzado optimismo se han producido antes en numerosas ocasiones, para acabar poco tiempo después en frustración y renovado encarnizamiento por ambas partes. La de ayer en Egipto viene a certificar la defunción de la Intifada -que, vista en perspectiva, ha servido de muy poco a los palestinos- y señala la vuelta a una política de gestos relevantes. Sus protagonistas, Ariel Sharon y el presidente Mahmud Abbas, han anunciado su compromiso para detener cuatro años de confrontación armada que ha dejado más de cuatro mil cadáveres, la mayoría palestinos.

El encuentro ha servido para expresar deseos y expectativas, más que para solucionar temas sustantivos. En la cita, apadrinada por EE UU y prologada por su flamante secretaria de Estado, Rice, no se ha firmado ningún alto el fuego formal, más bien se han proclamado sendas treguas unilaterales, que cada parte respetará en función de los movimientos de la otra. Hamás ya se ha desvinculado de un compromiso que Israel solemnizará con la liberación de 900 prisioneros palestinos sin delitos de sangre -de los 8.000 que mantiene-, retirando tropas de cinco localidades cisjordanas e interrumpiendo sus asesinatos selectivos. Abbas está dispuesto a disciplinar a los palestinos de gatillo fácil, impulsado por la relativa calma de Gaza, donde se mantiene hace casi tres semanas un imperfecto alto el fuego.

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Pese a su alejamiento en todos los temas fundamentales -se trate de fronteras, refugiados o capitalidad de un futuro Estado-, ambos bandos precisan enfriar una pelea intratable y adoptar arduas decisiones. Israel necesita seguridad, y la Palestina de Abbas, tener algún futuro que no consista en más sangre, miseria y lágrimas. Una vez más resultará decisivo el nuevo papel que, según Rice, Washington está dispuesto a adoptar en la región. Bush, fortalecido tras las elecciones iraquíes, puede y debe fijar límites a Sharon, algo no hecho hasta ahora. En esta ocasión, la imprescindible tutela de EE UU sobre el proceso que debería desembocar en un Estado palestino debe mantenerse de forma imparcial, no sobre las espaldas palestinas. Nada hace pensar, por ejemplo, que el líder israelí esté dispuesto a alguna concesión sustancial en Cisjordania, a congelar asentamientos judíos o a detener el muro de la vergüenza que recorre los territorios ocupados.

Tanto Abbas como Sharon han adoptado el tono litúrgico y esperanzador que correspondía. Cabe esperar que sus gestos en Sharm el Sheij estén presididos por la buena fe y supongan un rayo de luz tras la desaparición de Arafat. Pero incluso si todo sale inicialmente bien, el futuro inmediato está plagado de desafíos. Falsos amaneceres ha habido muchos en este irreparable conflicto de 60 años. Y se necesita casi un milagro para controlar tantas variables en escenario tan degradado.

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