Columna

Un ingeniero de tráfico holandés ha inventado una nueva manera de organizar la circulación. En el centro de Drachten, su ciudad, en el cruce más complicado y peligroso, ha quitado los semáforos, los pasos cebra, las señales. Además, ha nivelado y unificado el suelo, de manera que aceras y calzada son lo mismo, un espacio cuadrado compartido sin solución de continuidad por peatones y vehículos. Pues bien, el cruce funciona mejor que nunca. Con más fluidez, menos accidentes, menos bocinazos. Abolidos los mandatos externos y provistos todos los usuarios de la misma importancia y capacidad de deci...

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Un ingeniero de tráfico holandés ha inventado una nueva manera de organizar la circulación. En el centro de Drachten, su ciudad, en el cruce más complicado y peligroso, ha quitado los semáforos, los pasos cebra, las señales. Además, ha nivelado y unificado el suelo, de manera que aceras y calzada son lo mismo, un espacio cuadrado compartido sin solución de continuidad por peatones y vehículos. Pues bien, el cruce funciona mejor que nunca. Con más fluidez, menos accidentes, menos bocinazos. Abolidos los mandatos externos y provistos todos los usuarios de la misma importancia y capacidad de decisión (esto es fundamental), conductores y viandantes están obligados a responsabilizarse de sí mismos, a encontrar una solución basada en la cooperación con los demás. Es el triunfo de la sensatez y la civilidad.

Para mí, la construcción de la Unión Europea es algo muy semejante a este cruce de Drachten: el trabajoso invento de una nueva forma de vivir, que en realidad consiste en recuperar formas muy básicas y antiguas. El proyecto de la UE que a mí me interesa pasa por el desarrollo de la libertad y la responsabilidad personal, por la tolerancia y el acuerdo social. Supone primar los pequeños consensos, la negociación igualitaria y libre entre los individuos, por encima de esas ideologías hipertrofiadas que, como el nacionalismo, tanto dolor han causado, y que vendrían a ser como las señales de prohibido en las esquinas de Drachten.

La Constitución europea no es más que un pequeño paso en ese largo trayecto. Es un texto farragoso y a menudo ilegible, de la misma manera que la UE es una reunión de burócratas a menudo impresentables. Y sin embargo, y pese a todo, el hecho mismo de haber llegado hasta aquí es un milagro. Una Europa milenariamente rapaz y violenta que apuesta por la cooperación y la concordia. Confusa y criticable como es, esta Constitución ejemplifica el triunfo de la negociación: que un montón de países egoístas y brutales hayan conseguido consensuar un marco común me parece increíble, aunque luego quede mucho por mejorar. Esto es sólo un principio. Es la reafirmación de nuestra voluntad de convivencia, y del modesto sueño de ser un poco mejores de lo que somos.

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