Editorial:

El IRA y la paz

Es poco probable que la decisión del IRA de retirarse de las negociaciones de paz en Irlanda del Norte desemboque en la reanudación de la violencia sectaria. Así ha querido interpretarse tanto en Londres como en Dublín. Desde luego, nada lo sugiere en el comunicado por el que el IRA cancela su promesa de entregar o inutilizar su armamento, condición esencial del acuerdo para compartir el poder entre católicos y protestantes. En cualquier caso, el anuncio sepulta una vez más unas negociaciones sometidas desde hace años a un vaivén de esperanzas y retrocesos que no deja adivinar su final.
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Es poco probable que la decisión del IRA de retirarse de las negociaciones de paz en Irlanda del Norte desemboque en la reanudación de la violencia sectaria. Así ha querido interpretarse tanto en Londres como en Dublín. Desde luego, nada lo sugiere en el comunicado por el que el IRA cancela su promesa de entregar o inutilizar su armamento, condición esencial del acuerdo para compartir el poder entre católicos y protestantes. En cualquier caso, el anuncio sepulta una vez más unas negociaciones sometidas desde hace años a un vaivén de esperanzas y retrocesos que no deja adivinar su final.

La decisión del IRA es su respuesta a la acusación de la policía y de los Gobiernos de Londres y Dublín de ser la autora del robo de 38 millones de euros a un banco de Belfast a fines de año. Si esa acusación es certera, cabe preguntarse para qué quieren los pistoleros esa ingente cantidad de dinero, equivalente a más de 6.000 millones de las antiguas pesetas. La hipótesis de que sea una señal de que preparan su retirada y dan el gran golpe -segundo mayor atraco de la historia en el Reino Unido- para financiar su tránsito a la vida civil, es arriesgada; la hipótesis alternativa es que una vez en posesión del dinero encuentren motivos para comprar armas más sofisticadas y prolongar aún el conflicto.

La experiencia enseña que la extinción definitiva de un grupo terrorista, el reciclaje de profesionales del gatillo y la dinamita, con dinero fácil y sin otro oficio ni beneficio, es un proceso largo y complejo. En el caso del IRA, cada vez que parece inminente el pacto final surge un obstáculo nuevo o se descubre la implicación de la banda en fechorías incompatibles con aquel propósito: se trate del espionaje al Gobierno británico, del penúltimo pretexto para un desarme verificable o, como ahora, de un atraco. El comunicado del IRA reitera su compromiso genérico con el proceso de paz, y Martin McGuinness, número dos de su brazo político, el Sinn Fein, ha descartado cualquier otra hipótesis con mucho énfasis. Sin embargo, no habría que descartar que ese partido intente negociar nuevas contraprestaciones a cambio de convencer a su brazo armado.

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El grupo terrorista lleva años haciendo compatible el aparente fin del terrorismo con actividades ilegales de distinto tipo. Blair ha advertido que no devolverá la autonomía al Ulster mientras no cesen esas actuaciones. Pero el IRA se resiste a extinguirse del todo, pese a que la paz definitiva sólo traería ventajas para los republicanos. El desarme de la banda sentaría las bases de la desmilitarización de Irlanda del Norte y de la reforma imprescindible de su policía, alumbrando el comienzo de una normalidad ansiada por ambas comunidades; menos por unos cuantos.

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