VISTO / OÍDO

Goya

Goya es cine: no se podía elegir mejor icono para el cine español que nuestro gran traductor del movimiento: los "desastres de la guerra". O las láminas taurinas. Pálidas estrellitas presentaban su cabeza a los Holofernes triunfadores: cada uno tuvo algo de Goya a lo largo del año. Y todos habían estado el año pasado en la fiesta suya con sus carteles de "No a la guerra": con la entrada cercada por los gritones de la extrema derecha populista, como cercaron hace unos días la cadena SER: no quieren que se vea ni que se oiga, ni que se lea, aquello que no es conforme con sus acciones. Goya termi...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Goya es cine: no se podía elegir mejor icono para el cine español que nuestro gran traductor del movimiento: los "desastres de la guerra". O las láminas taurinas. Pálidas estrellitas presentaban su cabeza a los Holofernes triunfadores: cada uno tuvo algo de Goya a lo largo del año. Y todos habían estado el año pasado en la fiesta suya con sus carteles de "No a la guerra": con la entrada cercada por los gritones de la extrema derecha populista, como cercaron hace unos días la cadena SER: no quieren que se vea ni que se oiga, ni que se lea, aquello que no es conforme con sus acciones. Goya terminó perseguido -también- por la Inquisición, huido del absolutismo de Fernando VII; escapado a Burdeos, donde estaban refugiados los afrancesados, allí murió: afrancesado, decían, el más castizo de los españoles, como fueron acusados de afrancesados todos los liberales, de cuando la palabra tenía su verdadero sentido, como todos los étimos de libertad. Sin despreciar los libertinos, y quizá Goya lo fue, y en más aspectos de lo que se supone. Pero había pintado feos a los reyes feos, bellas a las majas guapas y maravillosos vestidos grises a las duquesas con su perro de cámara en brazos. Un día, cuando yo vivía en París, me llamó por teléfono Manuel Aznar -sí, el abuelo- para decirme que tuviera cuidado: en Madrid (oficial) me llamaban "afrancesado". Me hizo gracia que todavía se usara la palabra descalificadora del siglo XIX: Franco como Fernando VII. ¡Todos iguales! Me recordó que a él también se lo llamaban, en otros tiempos, y me sugirió que hiciera como él: una especie de tránsito. Hay ciertos momentos en que parece que todo da igual. Pero para eso hay que tener ciertas facilidades psicológicas y no todo el mundo está dotado.

Sí, el año pasado los Goya estuvieron también cercados por masas popularistas, quizá los mismos que antes se arrodillaban en la puerta de donde se daba Jesucristo superstar, o algo así. Son muy escandalosos, muy gritones y, a veces, se les va la mano: aunque luego la escondan y digan "yo no he sido", como en la famosa foto de la agresión a Bono. Luego decretaron para sus afiliados, sin documentos escritos, que no fueran a ver cine español. Menos a Garci, dicen algunos: porque siempre se busca un antagonista a los protagonistas. El malo era Almodóvar, y sus curas tocones; ahora es Amenábar y su eutanasia. Con Goya ya no se atreven.

Archivado En