Columna

Dakar

La Barcelona-Dakar, marco incomparable de anuncios que glorifican la insensata "aventura", ha vivido una semana negra con cuatro motoristas fallecidos, uno de ellos ilicitano. Y una niña atropellada. Cada pérdida humana constituye una tragedia, principalmente para familiares y amistades. Pero algunas confieren a sus protagonistas nombres, apellidos, biografías, titulares y fotografías, esquelas y coronas. Minutos de silencio, funerales y homenaje de colegas recordando que el deportista decía que la Dakar era un buen momento para morir. Otras víctimas nunca dejarán esa estela timbrada de gloria...

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La Barcelona-Dakar, marco incomparable de anuncios que glorifican la insensata "aventura", ha vivido una semana negra con cuatro motoristas fallecidos, uno de ellos ilicitano. Y una niña atropellada. Cada pérdida humana constituye una tragedia, principalmente para familiares y amistades. Pero algunas confieren a sus protagonistas nombres, apellidos, biografías, titulares y fotografías, esquelas y coronas. Minutos de silencio, funerales y homenaje de colegas recordando que el deportista decía que la Dakar era un buen momento para morir. Otras víctimas nunca dejarán esa estela timbrada de gloria, sólo un mar de lágrimas y una tumba humilde. En la que llaman "la carrera más peligrosa del mundo" antes también habían caído, que sepamos: Madre e hija arrolladas por Range Rover (Burkina Fasso, 1984) Niña atropellada (Nigeria, 1985) Niña de una aldea (Malí, 1988) Mujer y niño (Mauritania, 1988) Niño (Senegal, 1994) Niña atropellada por moto (Tarembal, 1996).

Además de corredores se han matado asistentes, organizadores, periodistas y sanitarios. Hay quien se juega la vida por afición, o en ejercicio de su profesión. Pero las madres y las criaturas de la anónima lista anterior, sus cabras y camellos, nada tenían que ver con el montaje. Sólo cometieron el "error" de estar allí, de pasar por allí, de jugar allí, en su tierra desolada y colonizada, expoliada, deforestada y desertificada. Lugares sobre los que las cámaras de la competición jamás se posan, cargados de problemas, fuera de plano. (Dakar, Senegal: mortalidad infantil, 61 por 1.000; mujeres analfabetas, 70%; esperanza de vida: 52,9) No se habían acabado de quitar de encima la plaga de la langosta cuando 500 máquinas rugientes se han abalanzado sobre ciudades, aldeas y desiertos en una espiral de intereses económicos que supone un ultraje, una humillación, una falta de respeto para las personas y el medio ambiente. 8 millones de euros que pasan de largo a toda velocidad mientras el sida hace estragos, escasea el agua potable, faltan micronutrientes y no se pueden comprar simples mosquiteras que eviten el paludismo a los niños. Sobrevivir en esas condiciones sí que es una aventura. Y sin GPS.

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