Columna

Regalos

En su libro La tormenta perfecta, ese espléndido reportaje sobre los pescadores de Nueva Inglaterra del que luego hicieron una película, Sebastian Junger describe una conmovedora escena que sucedió realmente en uno de los ásperos bares de marineros de la zona. Uno de los habituales era un tipo alcohólico y violento al que todos temían y nadie soportaba. Al llegar la Navidad, la camarera, compadecida de su aislamiento, le hizo un regalo. El hombre no lo abrió en todo el día, hasta que la camarera se enfadó. Incómodo, el energúmeno desenvolvió el paquete, miró el contenido (era una bufand...

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En su libro La tormenta perfecta, ese espléndido reportaje sobre los pescadores de Nueva Inglaterra del que luego hicieron una película, Sebastian Junger describe una conmovedora escena que sucedió realmente en uno de los ásperos bares de marineros de la zona. Uno de los habituales era un tipo alcohólico y violento al que todos temían y nadie soportaba. Al llegar la Navidad, la camarera, compadecida de su aislamiento, le hizo un regalo. El hombre no lo abrió en todo el día, hasta que la camarera se enfadó. Incómodo, el energúmeno desenvolvió el paquete, miró el contenido (era una bufanda) y se echó a llorar. Nunca nadie me ha regalado nada, balbuceó. No creo que haya una descripción mejor de la soledad.

El impulso de regalar es algo esencial en el ser humano. Más aún: es una demostración emocional que comparten otros animales. Algunos pájaros, durante el cortejo, ofrecen ramitas y briznas brillantes a la pájara que intentan ligarse. Y los chimpancés dan ricos pedazos de fruta a sus crías, a sus compañeros, al cuidador humano del que se han hecho amigos. El regalo es una medida del afecto: mira esto tan bello, esto que me gusta tanto y que quisiera tener para mí; pero tú me gustas todavía mucho más y por eso te lo doy para que lo disfrutes. Es una prueba de amor por lo que tiene de renuncia, de complacencia en la alegría del otro. Por eso, si nunca te han regalado nada, es como si nunca te hubieran querido.

Digo todo esto pocos días después de la orgía de los regalos navideños. ¿A quién se le ocurrió esa frase aberrante de la elegancia social del regalo? Un verdadero regalo es la antítesis de lo elegante y de lo social. Sólo puede ser interpersonal, emocional, íntimo. Pero hoy, en efecto, los regalos se han convertido en una obligación, una cuestión de estatus y una rutina. ¿Habrá alguien en España a quien no le hayan regalado nada en estas fiestas? Unos cuantos, supongo; seguro que pocos. Pero, ¿cuántos habrá que sólo recibieron regalos comprados a última hora y sin pensar, sólo para cumplir? Un buen montón. Y eso viene a ser lo mismo que nada.

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